lunes, 24 de marzo de 2014

La pasión de Anais. Tercera parte, Capítulo 4.



Tercera parte
Capítulo 4

—Basta —soltó Jeremy divertido y tocó las manos de Anais.
Ella lo observó y sonrió.
—Estoy nerviosa —dijo.
—Lo sé pero, debes relajarte.
Ella asintió y observó a Gabriel que hablaba con dos personas.
Anais no podía creer que estaba a menos de diez metros de la de las famosas puertas. Había despertado muy temprano ese día por la emoción, y un tanto adolorida por haber hecho el amor con los dos.
Eran las diez de la mañana y el edificio que visitaban, una base militar y científica, estaba repleta de gente, hombres, trabajando.
Ella observó de un lado a otro, solo había más dos puertas allí. Una era por donde había ingresado, la otra estaba justo enfrente y era la que quería atravesar. A un lado había una mesa donde un hombre hacia el trabajo de guardia, nadie más. 

Gabriel hablaba con él sobre su visita, tenían que esperar que otra persona les avisara que estaban autorizados para poder moverse de allí. Y eso la tenía nerviosa.
—Me sorprende que no trajeras algo para tomar notas —le dijo Jeremy, estaba muy tranquilo a su lado.
Anais negó.
—Solo me quitara tiempo, además tengo buena memoria.
Él sonrió y pasó un brazo por sobre sus hombros para traerla a su pecho. Anais lo dejó hacer gustosa, se había dado cuenta de que le gustaba que él le pudiera las manos encima.
—Me gusta como hueles —murmuró él contra su cabello, rio al escucharlo inhalar con fuerza.
—A mí también me gusta como hueles —y era verdad, olía a madera, a algo exótico y agradable.
—Ya está —dijo Gabriel y ambos los miraron.
Él les entregó a cada uno un pase con una identificación. Se los pusieron.
—Alguien saldrá a recibirnos y hará de guía.
—¿Quién? —preguntó Anais enseguida.
Él sonrió.
—Creo que te gustara.
Los tres se movieron hacia la puerta y esta se abrió. Anais abrió mucho los ojos al ver a una mujer salir de allí, vistiendo un delantal blanco. Esta tenía el cabello rubio y corto, apenas llegaba a sus hombros. La mujer de piel pálida y ojos verdes la observó enseguida y sonrió.
—Hola, tú debes ser Anais.
Ella se acercó y se detuvo frente a los tres. Era más baja que Anais.
—Soy Fara.
—Hola —dijo Anais —un gusto.
Ella les indicó que los siguieran.
—Me sorprendió mucho que me dijeran que tendríamos visitas, no permiten que muchas personas se paseen por aquí.
Anais asintió distraída y observó todo lo que pudo dentro de la enorme habitación, pero lo que llamó su atención fue la enorme construcción a lo lejos.
Anais se detuvo para observarla mejor.
Lo que tenía a más de 20 metros de distancia debía medir por lo menos 6 metro de alto y 3 de ancho. Vigas gruesas hacían de marco, conteniendo la espesa capa dentro de ella. Anais dio un paso hacia ella fascinada.
—Así que eso es lo que en verdad quieres ver —dijo Fara a su lado.
La miró enseguida y se sonrojó.
—Sí, yo… —observó la puerta y luego a ella —lo siento.
Fara rio enseguida.
—No te preocupes, a mí me pasó lo mismo cuando la vi por primera vez, vamos.
Anais observó detrás de ella, Gabriel y Jeremy se mantenían apenas un paso lejos de ella, dándole espacio para moverse pero no demasiado como para que otros se acercaran. Ella miró alrededor, a la decena de hombre, tanto científicos como soldados, hombres vestidos de lo más normal, para un terrícola, la miraban curiosos y un poco sorprendidos. Fue uno de ellos, un anciano sentado cerca de la puerta que llamo su atención.
—¡Usted! —jadeó Anais y se detuvo delante de él.
El hombre viejo y moreno levantó la cabeza al verla y sonrió enseguida.
—Usted me vendió el mapa, ese que no servía para nada.
Muchos se detuvieron alrededor, cuando se rieron los observó molesta.
—Cariño —dijo Jeremy, lo miró con el ceño fruncido —el mapa si sirve, solo que no para quienes quieran volver a algunos de los pueblos.
Ella alzó una ceja y se cruzó de brazos.
—Me estás diciendo que este hombre vende mapas para perderse en la selva.
El hombre siguió riendo.
—El mapa sirve para que nosotros las encontremos —lo miró enseguida y al comprender jadeo.
—Así que en vez de caminar hacia algún pueblo nos dirigíamos hacia ustedes.
Él asintió suavemente.
—Increíble —jadeó.
Estos hombres tienen todo planeado, pensó.
—Cuidado —dijo Fara y la miró.
Gabriel y Jeremy tomaron sus brazos y la empujaron hacia un lado. Anais miró alrededor. Todos observaban la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó suavemente.
—Los hombres están regresando, por eso está encendida —contestó Fara, ella asintió.
Así que cuando estaba encendida era cuando esa capa que parecía agua aparecía. Interesante.
La puerta comenzó a temblar suavemente como si protestara, Anais observó como una sombra se acercaba a ella por detrás y luego un hombre, que cargaba a un mujer desmayada, la cruzaba. Dos hombres parecieron enseguida delante de el con una camilla preparada, ellos se llevaron a la mujer mientras la revisaban. Observó la puerta y dos hombres más aparecieron también cargando a una mujer, por último otros dos la atravesaron pero solos. Luego de eso la puerta dejo de temblar y la capa de agua despareció, como si se hubiera apagado.
—Así que así lo hacen —murmuró ella, Fara la miró.
—Casi siempre —sonrió —pero vamos a lo que nos importa, que te trae a este lugar.
Ella abrió y cerró la boca, Fara la guió hacia una mesa a lo lejos. Ambas se sentaron mientras Gabriel y Jeremy esperaban a unos pasos.
—Bueno, debo decir que sentía curiosidad sobre eso —apuntó la puerta, Fara asintió.
—No es tan complicado como parece, el único problema que tenemos es que luego de que los hombres traen a una mujer inconsciente, se apaga, sola. Pasaran un par de horas antes de que se vuelva a encender.
—Lo hace sola —ella asintió.
—No sabemos porque pasa eso —murmuró la mujer antes de suspirar.
—Dime cómo funciona entonces, todo lo que sepas.

Fara alzo una ceja antes de hablar. Anais quería saber todo sobre ese lugar, se sentía como una niña en una dulcería.

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