sábado, 8 de marzo de 2014

La pasión de Anais. Segunda parte, Capítulo 2.


Segunda parte
Capítulo 2

Anais dejó de observar por el microscopio y tomó un libro. Volvió a leer el mismo párrafo que hablaba sobre las puertas que usaban los hombres de este planeta para llegar a la tierra. Puertas interestelares, pensó ella, que atravesaban espacio y tiempo, solo que estas tenían una debilidad, podían pasar un número determinado de personas por ellas, ya que luego se apagaban solas.
—Quizás por eso no traen más mujeres —se dijo.
Volvió a leer el párrafo y arrugó su frente.
Su especialidad no era la física ni nada parecido. Ella solo jugaba con los elementos químicos, los conocía al revés y al derecho, y esto, era incluso demasiado para ella.
Solo que sus ojos seguían regresando a ese párrafo, a esa pequeña explicación, porque no halló nada más. Al parecer las puertas eran un secreto, como se lo había advertido el general.

Cansada se puso de pie y caminó hacia la casa. Al llegar a la cocina se acercó a Jeremy que intentaba preparar una nueva receta.
—Jeremy —él se giró enseguida y sonrió.
Él hombre tenía su mandil manchado de salsa de tomate.
—Dime —dijo él sonriendo.
—¿Has ido a la tierra alguna vez?
Él asintió.
—Muchos han ido.
—¿Por qué?
—Por el idioma, la cultura, las mujeres —le guiñó un ojo —claro, solo que puedes quedarte un determinado tiempo, los viajes son controlados con exactitud.
Ella asintió.
Debían serlo si tenían restricciones para poder viajar.
—¿Y cómo son las puertas? —él alzó una ceja y solo se encogió de hombros.
—¿Quieres irte?
—No —arrugó su frente —¿por qué querría irme?
Él la imitó y también se encogió de hombros. Jeremy apuntó una silla alta a un lado, luego de sentarse Anais lo vio seguir cocinando.
—No son tan diferentes de una puerta doble —él miró alrededor pensando—, son como ventanas enormes que cuando se encienden producen una cortina muy parecida al agua, delgada y transparente.
Anais asintió interesada.
—Cuando la atraviesas sientes que tu cuerpo se divide en miles de moléculas —ella jadeo y Jeremy sonrió —pero no duele,  y apenas dura un segundo. Es como cuando das un paso para traspasar la puerta, no es nada.
—¿Jamás ha habido accidentes? —él la miró —gente que cuando cruza no sale de la misma forma en que entro.
Él observó lo que hacía. Anais pudo contar hasta diez antes de que hablara.
—Sé que al principio habían problemas, pero eso fue hace siglos.
—¿Como lo hacían antes de las puertas?
—Eres muy curiosa —dijo él sonriendo, ella se sonrojó.
—Lo sé —murmuró.
—Y no puedo responder a tu pregunta.
—¿Por qué? —se sintió decepcionada, él rio.
—Porque no se la respuesta en verdad, lo único que sé es que siempre han estado allí.
—Eso es raro, qué pasa con la evolución y el crecimiento de la población —ella lo observó, Jeremy sonreía.
—No creo que nosotros tengamos un crecimiento en la población Anais, me da la impresión de que siempre somos el mismo número de personas en este planeta.
—Eso es imposible, toda forma de vida crece o disminuye, no permanece igual, incluso aunque solo sea en un simple número, uno más o uno menos.
—Si tú lo dices —él continuó cocinando.
Suspiró.
Anais se apoyó en el mueble y siguió mirándolo moverse. Llevaba una camiseta de mangas cortas, por eso pudo observar el tatuaje que llegaba hasta su codo, parecía que salía de su espalda y continuaba allí. Ella consideró increíble la forma en que contrastaba el negro del dibujo con la piel oscura de Jeremy. Lo creyó elegante, atrayente.
Siguió observando como los músculos se contraían cada vez que él cortaba algo, o revolvía, o simplemente movía su mano como si la estuviera saludando. Observó su cara al notar que seguía haciéndolo.
—Te llamaba —le dijo divertido.
—Oh —se sonrojo —no te oí, lo siento.
—No hay problema, solo quería saber si quieres ayudarme.
—Claro —sonrió y llegó a su lado enseguida —yo haré una ensalada.
Él asintió.
Anais observó el refrigerados largos segundos decidiendo que podía utilizar, habían frutas y verduras que conocía, u otras que no. Prefirió las que si, por si acaso.
Media hora después, cuando acabó, Jeremy se detuvo a su lado observado con el ceño fruncido su creación culinaria.
—Una ensalada —le dijo, solo para asegurar que lo era.
Asintió.
—Mm —murmuró él, la miró y sonrió —ahora te creo cuando dices que no se ven bien pero que saben increíble.
—No la has probado.
—Pero si ya no se ve bien —ella volteó sus ojos —debe saber bien, una cosa compensa la otra, no.
Ella asintió riendo, para nada ofendida. Sabía que cocinaba de esa forma. Una vez hizo una arroz que parecía más pasta que otra cosa, sus amigas la habían mirado con los ceños fruncidos y permanecieron con esa expresión solo hasta luego de comer. Al acabar la tenían llenas de preguntas de como lo habían hecho, solo que ella nunca lo recordaba, era cosa del momento.
—¿Dónde te hiciste los tatuajes? —ella miró.
—Los —repitió —¿qué te hace pensar que son varios?
—¿Es solo uno?
—No —le sonrió —más.
—Ves, ¿cuántos?
Él rio.
—Tendrás que averiguarlo por ti misma, más adelante.
Anais se sonrojó y él soltó una carcajada.

Pues, pensó, encantada. Algo le decía que cuando lo hiciera se iba a llevar una gran sorpresa.

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