Segunda parte
Capítulo 2
Anais dejó de
observar por el microscopio y tomó un libro. Volvió a leer el mismo párrafo que
hablaba sobre las puertas que usaban los hombres de este planeta para llegar a
la tierra. Puertas interestelares, pensó ella, que atravesaban espacio y
tiempo, solo que estas tenían una debilidad, podían pasar un número determinado
de personas por ellas, ya que luego se apagaban solas.
—Quizás por eso no
traen más mujeres —se dijo.
Volvió a leer el
párrafo y arrugó su frente.
Su especialidad no
era la física ni nada parecido. Ella solo jugaba con los elementos químicos,
los conocía al revés y al derecho, y esto, era incluso demasiado para ella.
Solo que sus ojos
seguían regresando a ese párrafo, a esa pequeña explicación, porque no halló
nada más. Al parecer las puertas eran un secreto, como se lo había advertido el
general.
Cansada se puso de
pie y caminó hacia la casa. Al llegar a la cocina se acercó a Jeremy que
intentaba preparar una nueva receta.
—Jeremy —él se giró
enseguida y sonrió.
Él hombre tenía su
mandil manchado de salsa de tomate.
—Dime —dijo él sonriendo.
—¿Has ido a la tierra
alguna vez?
Él asintió.
—Muchos han ido.
—¿Por qué?
—Por el idioma, la
cultura, las mujeres —le guiñó un ojo —claro, solo que puedes quedarte un
determinado tiempo, los viajes son controlados con exactitud.
Ella asintió.
Debían serlo si
tenían restricciones para poder viajar.
—¿Y cómo son las
puertas? —él alzó una ceja y solo se encogió de hombros.
—¿Quieres irte?
—No —arrugó su frente
—¿por qué querría irme?
Él la imitó y también
se encogió de hombros. Jeremy apuntó una silla alta a un lado, luego de
sentarse Anais lo vio seguir cocinando.
—No son tan diferentes
de una puerta doble —él miró alrededor pensando—, son como ventanas enormes que
cuando se encienden producen una cortina muy parecida al agua, delgada y transparente.
Anais asintió
interesada.
—Cuando la atraviesas
sientes que tu cuerpo se divide en miles de moléculas —ella jadeo y Jeremy sonrió
—pero no duele, y apenas dura un
segundo. Es como cuando das un paso para traspasar la puerta, no es nada.
—¿Jamás ha habido accidentes?
—él la miró —gente que cuando cruza no sale de la misma forma en que entro.
Él observó lo que hacía.
Anais pudo contar hasta diez antes de que hablara.
—Sé que al principio
habían problemas, pero eso fue hace siglos.
—¿Como lo hacían
antes de las puertas?
—Eres muy curiosa
—dijo él sonriendo, ella se sonrojó.
—Lo sé —murmuró.
—Y no puedo responder
a tu pregunta.
—¿Por qué? —se sintió
decepcionada, él rio.
—Porque no se la
respuesta en verdad, lo único que sé es que siempre han estado allí.
—Eso es raro, qué pasa con la evolución y el crecimiento de la población —ella lo observó, Jeremy
sonreía.
—No creo que nosotros
tengamos un crecimiento en la población Anais, me da la impresión de que
siempre somos el mismo número de personas en este planeta.
—Eso es imposible,
toda forma de vida crece o disminuye, no permanece igual, incluso aunque solo
sea en un simple número, uno más o uno menos.
—Si tú lo dices —él
continuó cocinando.
Suspiró.
Anais se apoyó en el
mueble y siguió mirándolo moverse. Llevaba una camiseta de mangas cortas, por
eso pudo observar el tatuaje que llegaba hasta su codo, parecía que salía de su
espalda y continuaba allí. Ella consideró increíble la forma en que contrastaba
el negro del dibujo con la piel oscura de Jeremy. Lo creyó elegante, atrayente.
Siguió observando
como los músculos se contraían cada vez que él cortaba algo, o revolvía, o
simplemente movía su mano como si la estuviera saludando. Observó su cara al
notar que seguía haciéndolo.
—Te llamaba —le dijo
divertido.
—Oh —se sonrojo —no
te oí, lo siento.
—No hay problema,
solo quería saber si quieres ayudarme.
—Claro —sonrió y
llegó a su lado enseguida —yo haré una ensalada.
Él asintió.
Anais observó el
refrigerados largos segundos decidiendo que podía utilizar, habían frutas y
verduras que conocía, u otras que no. Prefirió las que si, por si acaso.
Media hora después,
cuando acabó, Jeremy se detuvo a su lado observado con el ceño fruncido su
creación culinaria.
—Una ensalada —le
dijo, solo para asegurar que lo era.
Asintió.
—Mm —murmuró él, la
miró y sonrió —ahora te creo cuando dices que no se ven bien pero que saben increíble.
—No la has probado.
—Pero si ya no se ve
bien —ella volteó sus ojos —debe saber bien, una cosa compensa la otra, no.
Ella asintió riendo,
para nada ofendida. Sabía que cocinaba de esa forma. Una vez hizo una arroz que
parecía más pasta que otra cosa, sus amigas la habían mirado con los ceños
fruncidos y permanecieron con esa expresión solo hasta luego de comer. Al
acabar la tenían llenas de preguntas de como lo habían hecho, solo que ella
nunca lo recordaba, era cosa del momento.
—¿Dónde te hiciste
los tatuajes? —ella miró.
—Los —repitió —¿qué
te hace pensar que son varios?
—¿Es solo uno?
—No —le sonrió —más.
—Ves, ¿cuántos?
Él rio.
—Tendrás que averiguarlo
por ti misma, más adelante.
Anais se sonrojó y él
soltó una carcajada.
Pues,
pensó, encantada. Algo le decía que
cuando lo hiciera se iba a llevar una gran sorpresa.
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