Primera Parte
Capítulo 2
Dos golpes en la
puerta hicieron que prácticamente saltara fuera de la cama. Anais pasó sus
manos sudorosas por su vestido y observó a un hombre de cabello blanco ingresar
en la habitación.
Lo conocía, se dijo,
era el mismo hombre que habló con ella el día que las encontraron en el bosque.
—General Gutter —dijo
sorprendida.
Él le sonrió y la
observó.
—¿Estas lista?
—preguntó.
No, estuvo tentada a
decir. Al final solo asintió y él le pidió que lo siguiera.
Ella observó a los
dos hombres que esperaban fuera de su cuarto, ambos parecían guardaespaldas que
vigilaban todo a su alrededor.
—Lamento que hayas
tenido que esperar tanto tiempo —dijo el general, lo miró y siguió por el
pasillo.
—No se preocupe
—murmuró.
Observó el piso al
darse cuenta de que varios pares de ojos se le quedaban viendo.
—Qué ha sabido de mis
amigas, de Jenna y Leslie, cómo esta Bárbara.
Él la observó un
segundo.
—Las tres están bien,
Bárbara regresó con su familia y a tu amiga Jenna le dieron asignados hace
algunas semanas.
Anais asintió y
sonrió. Como se estaría llevando Jenna con ellos, se preguntó.
De repente los tres
la rodearon y ella miró en todas direcciones. Se sintió como si tres enormes
muros la acorralaran sin tocarla. No veía nada a su alrededor.
Solo escuchó a varios
correr por el lugar y alejarse rápidamente. Cuando pasaron unos segundos se
alejaron, el general la miró.
—Disculpa eso.
—¿Qué paso? —preguntó
y siguieron caminando.
—Algunos problemas
que han empeorado, nada que no se pueda solucionar.
—Parece algo grave.
Él suspiró.
—Estarás segura, no
te preocupes.
Ella solo lo observó
antes de negar suavemente con su cabeza.
—¿Qué paso con los
hombres que nos secuestraron?
—Fueron condenados y
encerrados.
—Los problemas tienen
que ver con ellos, ¿cierto? —él la miró y apuntó con su mano fuera del
hospital.
No contestó hasta que
se detuvieron delante de dos automóviles.
—De cierta manera sí,
tenemos problemas con algunos grupos de hombres que no están satisfechos con
nuestra forma de vivir.
Él abrió la puerta
del automóvil y se subió.
Así
que las cosas no eran perfectas aquí, pensó ella y
observó por la ventana. Como en todos lados habían hombres que querían hacer
las cosas a su propio modo, solo que ese modo, no era el más correcto.
Cuando se detuvieron
delante de un enorme edificio, y el general le indico que era el de justicia y
reclamación, la guio hacia un ascensor.
Unos minutos después
ya estaban fuera de él, frente a otra mujer que le sonreía.
—Hola Anais —dijo
esta y le indico que caminaran —mi
nombre es Anabela.
—Hola —murmuró ella.
—¿Qué sabes de este
lugar? —le preguntó y ella le explicó lo que Bárbara le había dicho, sobre los
hombres, las asignaciones, y que ellos no podían engendras mujeres—. Bien,
debemos agregar que como norma solo tus asignados pueden tocarte, por lo menos
hasta que se termine el proceso de adaptación —ella arrugó su frente —sé que
suena extraño pero lo entenderás. Todo el mundo pasa por el vínculo.
—¿Cuándo termina este
proceso?
—Luego de tener tu
primer hijo.
—¿A qué se debe esto?
—preguntó enseguida.
Qué proceso químico o
físico, incluso psicológico, daba como resultado ese vínculo del que hablaba
ella.
—No sabría decírtelo —murmuró
Anabela y la miró.
Se habían detenido
delante de unas puertas enormes.
—Por obligación, debo
pedirte e informarte que no dejes tu casa nunca, jamás sola, entiendes —ella
asintió—, es extraño que una mujer salga de ella los primeros meses pero por
todo lo que está sucediendo lo mejor es no salir.
—Ya… veo —murmuró.
Ella asintió y
sonrió.
—Dentro de esta sala
esta pasaras por tu proceso de asignación, luego de eso se te llevara a tu
nuevo hogar. Los hombres que te asignen tendrán como obligación protegerte,
siempre, puedes confiar en ellos.
—Entiendo —dijo.
Anabela apuntó la
puerta y se acercó.
Mientras empujaba las
puertas se preguntó enseguida como serian ellos, y si ella podría gustarles. Hizo una mueca. Por eso no
le gustaban las relaciones amorosas, porque comenzaba a dudar de sí misma con
cosas que no podía controlar, como su cabello rebelde o su curiosidad insaciable.
Anais no estaba dispuesta a cambiar nada de ella por otros, porque a pesar de
todo, estaba bien condigo misma así, tal y como era.
Sin complicaciones,
sin decepciones, sin compromisos. Esa era la mejor forma de vivir.
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