Primera Parte
Capítulo 3
Cuando Anais se detuvo, delante de siete
hombres sentados tras una mesa en forma de media luna, observó alrededor
rápidamente.
El lugar estaba repleto de hombres, de todas
las formas, desde rubios hasta morenos, de piel pálida y oscura, alto y bajos.
En fin, pensó, como para elegir a gusto del
consumidor.
—Bienvenida a nuevo Edén señorita Anais Valdebenito
—observó enseguida al hombre que hablaba —nosotros somos el consejo de este
pueblo y estamos aquí para asignarle a un grupo de hombres que mejor se adecuen
a usted.
Arrugó su frente un segundo.
—Por esto —continuó él —pase a delante Jeremy Mardones.
Ella siguió la mirada de todos los hombres en
el lugar hasta el nombrado. Un hombre alto y musculoso, de cabello negro y
rapado, y piel del color del chocolate oscuro, se levantó. Anais trago
intimidada ante su tamaño, ella alcanzaba el metro sesenta y cinco, y ese
hombre debía medir por lo menos el metro noventa.
Cuando él se detuvo a unos metros de ella, la
miró y sonrió abiertamente, aun así a Anais le pareció que lo hacía como si le
dijera algo.
Ruborizándose sin saber bien porqué despegó sus
ojos de él y observó a los hombres delante.
—Pase adelante Gabriel Lazcano.
Otra vez miró hacia un lado y se sorprendió aún
más. No porque el otro hombre fura rubio y de piel clara, o porque sus ojos
azules prácticamente destacaran con intensidad, ni siquiera le importó esta vez
que el fuera tan alto como el tal Jeremy. Lo que la sorprendió fue la obvia
diferencia entre ellos.
Cuando él se detuvo a una distancia extraña de su
otro asignado, Anais los miró comparándolos de arriba a abajo. Podían medir lo
mismo pero eran tan diferentes como la luz y la oscuridad, como el día y la
noche, como la leche de chocolate y la blanca, pensó.
—Eso es diversidad —susurró muy bajito.
—Pero… —soltó Jeremy con voz molesta y gruesa
—esto es una broma.
Apuntó con su mano despectivamente a Gabriel.
Este solo soltó un bufido.
—Tranquilo niño —soltó Gabriel igual de
irritado —no eres el único con problemas aquí.
Anais parpadeó confundida y miró a los
ancianos. Uno de ellos tenía una mano sobre su frente, como si quiera quitarse
un dolor de cabeza.
—Les recuerdo —dijo otro de los ancianos —que
no estamos aquí por ustedes —él la apuntó con una mano —sino por ella.
Ambos la miraron en seguida. Anais quiso
volverse pequeña y desaparecer.
—Ambos son los más adecuados para ella, y ella
lo es para cada uno de ustedes —continuó el primer anciano—, les recuerdo
—soltó ahora un tanto molesto —que su seguridad y bienestar, está en sus manos,
es su responsabilidad, aquí sus disputas dejan de tener la más mínima
importancia.
Lo último casi lo gruñó, como si les dijera
algo que claramente ella no entendía. Bueno, solo comprendía que ambos hombres
se detestaban y ahora ella estaba en medio de los dos.
—Carajo —susurró e hizo una mueca.
¿En verdad ellos serían capaces de llevar la
fiesta en paz, o pasaría el resto de su vida en medio de una guerra entre dos gigantes?
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