miércoles, 9 de abril de 2014

La pasión de Anais. Cuarta parte, Capítulo 6.


Cuarta parte

Capítulo 6

Anais despertó cuando algo tocó su cabello. Casi saltó de la cama, lejos de esa caricia.
—Ey —susurró Jeremy y encendió la lámpara a su lado.
Anais lo miró y luego alrededor.
—Lo siento, no quería despertarte y menos asustarte —lo último lo murmuró molesto.
—¿Qué pasa? —Anais se recostó y lo observó.
Jeremy miró alrededor como si no supiera que decir, ella observó hacia la ventana y el amanecer, y regresó con él. Parecía que no había dormido nada.
—Yo… —él observó su rostro, Anais arrugó su frente un segundo al ver la incomodo que se sentía. —Lo siento —murmuró él —todo —apuntó su rostro—, por mi culpa pasó esto y terminaste herida, dos veces.
Él suspiró y restregó ambas manos por su cara.
—Nunca, jamás —enfatizó él —he querido ni pretendido hacerte ningún tipo de daño, y en menos de una hora descargué contigo mi frustración, luego te hice encojar y por último terminé golpeándote.
Ella alzó una ceja.
—Mi codo fue el que… —se calló y negó.

Jeremy apoyó sus codos sobre sus rodillas y ocultó su rostro entre sus manos. Anais lo observó unos segundos, sin saber qué hacer, había cierta incomodidad entre los dos, algo que jamás había existido. Solo que ella, no quería que eso existiera, no cuando se había dado cuenta de que estaba enamorada de ambos, de él.
Ella se levantó suavemente y se acercó a él, Jeremy no se movió mientras se acercaba, solo pareció reaccionar cuando ella apoyó su frente contra su hombro. Él se giró enseguida y la levantó con facilidad para ponerla sobre sus piernas. La abrazó y apretó con suavidad contra su pecho.
—Lo siento —susurró él —no sabes cuánto.
Ella asintió y rodeo su cuerpo con sus brazos, sonrió un poco al notar que solo alcanzaba tocar sus manos por detrás de él.
—Jeremy —murmuró.
—¿Si? —dijo él y lo sintió acariciar su espalda.
—No voy a dejar mis experimentos.
—Lo sé cariño, no tienes por qué hacerlo.
—No me gusta que me digan que hacer.
—Eso también lo sé, a mí tampoco y eso que soy soldado —volvió a sonreír.
—Tampoco me gusta que ustedes lleguen a los golpes,  que discutan de esa manera —él suspiró.
—Lo entiendo, te vi cariño —él la apretó un segundo —vi en tus ojos el miedo, y eso fue peor que saber que te había golpeado.
—Tampoco me gusto eso —murmuró.
—Menos a mí, si vuelve a pasar tienes mi permiso para golpearme con lo que desees.
—¿Piensas volver a hacerlo?
Él se estremeció.
—Preferiría que me mataran antes que tocarte de esa forma.
—Sé que fue un accidente.
—Aun así.
Se quedaron en silencio.
—El General me dijo que no voy a poder volver a las instalaciones —él suspiró.
—Nos lo dijo, al parecer tienes unos cuantos problemas, es por tu seguridad.
Ella se encogió de hombros.
—¿Qué les dijo cuando estuvieron solos? —él soltó un bufido.
—Nada que no mereciéramos o que no supiéramos.
—Me dijo que les había dado una advertencia —él se movió y lo miró, tenía una mueca en el rostro.
—Sí —se limpió la garganta —nos dijo que si volvía a pasar algo como esto se iba a asegurar de que pasáramos un tiempo lejos de ti —ella abrió los ojos como platos —ya sabes, él puede enviarnos a alguna misión si quisiera, no podríamos decir mucho.
—Los alejaría a ambos de mi —negó.
—No, se aseguraría de que uno de nosotros se quedara contigo, pero el otro tendría que sufrir tu ausencia, eso lo decidiría él.
—Ah —murmuró ella —eso no les gusto —adivinó.
—Claro que no —él negó enseguida —apenas puedo pasar el día lejos de ti, imagínate una semana —ambos se estremecieron, luego Anais se rio y se quejó por su nariz aun adolorida.
Él la observó y arrugó su frente.
—¿Cómo está tu cabeza? Eel médico dijo que debías permanecer en cama.
—Estoy bien —él comenzó a abrir la boca pero se adelantó —no tengo mareos, ni nada parecido, y solo me duele un poco, esta sensible —se tocó el chichón que ya era más pequeño.
Él besó su frente.
—En verdad lo siento cariño.
Ella asintió y lo abrazó.
—¿Quieres bajar a desayunar o te traigo una bandeja?
—Prefiero quedarme aquí —él asintió y besó su mejilla.
Luego de depositarla en la cama y cubrirla abandonó la habitación.
Anais suspiró y cerró los ojos, se acomodó mejor para que su chichón no se aplastara.
Unos minutos después la puerta se abrió, ella observó a Gabriel aparecer allí, con su desayuno y su mejilla moreteada. Él llegó hasta su lado y dejó la bandeja sobre la mesita, luego se sentó a su lado y la observó detenidamente. Tenía la misma expresión arrepentida de Jeremy.
—¿Cómo te sientes?, Jeremy me dijo que ya estás bien pero…—él observó su nariz un segundo.
—Estoy bien —aseguró, por lo menos ya no llevaba el papel higiénico dentro de la nariz.
Él apuntó el desayuno.
—Jeremy quería traértelo pero le pedí hacerlo yo, quería verte.
Entrecerró los ojos.
—Se lo pediste o…
—No, se lo pedí, no hubo discusiones ni nada —él observó alrededor.
—¿Y tú, cómo estás? —él la miró.
—No es nada, en un par de días desaparecerá —él la observó fijamente —¿quieres que te deje sola mientras desayunas?
—¡No! —soltó enseguida, la pregunta había sonado demasiado triste —no quiero que te vayas, está bien —él suspiró y le ayudó a acomodarse.
Anais lo observó detenidamente.
—Tu sabias que Jeremy quería pelear contigo—asintió.
—Sí, a pesar de todo lo conozco muy bien —él hizo une mueca —se cuándo ha alcanzado su límite.
Ella levantó una cuchara pero luego la regresó a la bandeja.
—Dime por qué se llevan mal —él la miró y arrugó su frente.
Anais observó cómo dudaba de si decírselo o no.
—¿Es algo malo? —preguntó.
Gabriel la miró unos segundos.
—No es que sea malo —suspiró —solo, complicado—. Él se acomodó en la cama, más en su dirección antes de hablar —Jeremy y yo fuimos vecinos —Anais asintió —mis padres y los suyos era muy amigos, trabajaban juntos, pertenecían al mismo grupo de soldados.
—Ya veo —murmuró ella y siguió comiendo.
—Cuando teníamos 10 años hubo un serio accidente —ella se tensó —en resumen uno de sus padres murió en ese accidente —ella abrió la boca por la impresión y lo observó unos segundos.
—Pero no entiendo —entrecerró los ojos —¿por qué se lleva mal contigo si fue un accidente?
Gabriel suspiró.
—Varios hombres murieron ese día y otros resultaron heridos, entre ellos estaba uno de mis padres —él observó su desayuno, parecía que no quería ver su rostro —tengo dos padres, ese día uno salvo al otro, solo que para eso tuvo que dejar morir al padre de Jeremy.
Anais tomó aire y se sentó derecha en la cama. Cuando él por fin la miró a los ojos pude ver que se sentía avergonzado.
—Fue un accidente, ¿cierto?
—Sí claro que si —dijo él enseguida —debes creerme en eso, lo fue pero, uno de mis padre pudo haber salvado al de Jeremy solo que en ese caso mi otro padre habría muerto.
—Oh —susurró ella —por eso Jeremy…
Él asintió.
—Sí, no muchos lo saben a decir verdad, probablemente solo mis padres, los de Jeremy, y nosotros —él negó suavemente —al principio, cuando se enteró, se sintió muy mal, casi como si mi padre hubiera asesinado al suyo, con el paso del tiempo sé que se ha dado cuenta de que no fue así pero…
—Sigue estando molesto.
Él volvió a asentir.
—Sí, aun —él rio sin una gota de humor —ese es el motivo por el cual nos llevamos de esta forma, trato la mayoría del tiempo no tomar en serio sus palabras pero a veces simplemente me saca de quicio.
Gabriel pasó una mano por su rostro con energía, Anais estiró su brazo y acaricio su mejilla.
—No es tu culpa —él la miró a los ojos —ni la de tu padre, el salvo a su familia y debo decir que si hubiera estado es su lugar hubiera hecho lo mismo.
Él suspiró y tocó su mano, depositó un beso en la palma antes de apuntar el desayuno.
—Termina con eso y descansa, han sido demasiadas emociones en estos días.
Anais asintió.
Al acabar ella suspiró y se recostó, Gabriel se levantó y alejó la bandeja, la observó detenidamente antes de acercarse y depositar un beso en su frente.
—Descansa —murmuró —más tarde vendrá a ver como estas.
Ella sintió.
—Solo tengo un poco de sueño.
Él asintió y la dejó descansar. Anais pensó que luego de descansar, iba a tener que hacer muchas cosas, como decirle a ese par de hombre que los amaba, hablar con Jeremy y de paso, averiguar que iba a hacer en su tiempo libre. 



1 comentario:

  1. Hola, Déborah,
    Acabo de conocerte por la campaña de El Club de las Escritoras. Ya me tienes por aquí.
    Un saludo
    Elva

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