Cuarta parte
Capítulo 8
Cuando llegó al edificio se detuvo muy cerca de
la puerta, no había nadie alrededor y eso le pareció muy raro. Anais se movió
rápidamente por el pasillo y llegó al gran laboratorio, observó a Fara a lo lejos.
—¿Por qué no hay nadie aquí?
La mujer la miró enseguida y se congeló. Anais
tuvo esa sensación por un segundo de que ha hecho algo muy malo pero no logra
saber qué.
Fara estaba pálida, ojerosa y los ojos
inyectados de sangre.
—¿Estas bien? —le preguntó.
—Sí —ella apuntó la puerta que ya estaba
encendida. —He preparado todo, vamos a probar tu teoría.
—¿Cómo? —se rió nerviosamente, consciente de lo
que hacía —para eso tendríamos que traer a alguien inconsciente y a otra
persona consiente.
Fara asintió.
—Lo sé —ella se movió hacia la puerta.
—¿Qué haces? —le preguntó sorprendida.
—Ven —la llamó y Anais dio un paso hacia atrás —no
querías probar esto.
—¿Dónde están todos? —volvió a preguntar y miró
alrededor.
—¿Anais, quieres o no saber si tenías razón? —ella
asintió.
—Pero prefiero que lo hagamos cuando haya más
gente aquí, por si acaso.
Fara hizo una mueca y dio un paso hacia ella,
luego otro y otro. Anais tragó y volvió a alejarse de la mujer hasta chocar con
un mueble.
Se
miraron a los ojos unos segundos.
—Tú lo sabias —jadeo Anais —lo sabias y no les
dijiste.
—No —contesto fríamente —ellos lo imaginaron
pero les dije que no funcionaria, que lo había probado y que no había dado
ningún resultado positivo.
—Las puertas se apagan cuando traen a alguien inconsciente.
—A las puertas no les agrada que traigan a
alguien en contra de su voluntad, no fueron creadas para eso —Anais parpadeo
confundida.
—Las puertas no tienes conciencia.
Fara se rió fríamente.
—Eso crees —negó. —Anais, sabes cómo funcionan —ella
negó —nadie lo sabe a ciencia cierta, los hombres solo se aseguran de que no
dejen de funcionar, nada más, pero yo descubrí que ellas si piensan por sí
mismas.
Fara la observó unos segundos. Anais dio un
paso hacia un lado, lejos de la mujer.
—Que deciden por sí mismas, que surgen y
desparecen porque así lo desean.
—¿Me vas a decir que son mágicas? —Fara soltó
un bufido.
—Y no es mágico el hecho de que a través de
ellas se puede atravesar el espacio y tiempo como si nada, vamos Anais, eres
inteligente, sabes que un viaje a la velocidad de la luz, de aquí a la tierra
tomaría miles de años.
Anais tragó.
—¿Por qué no se los has dicho? —la mujer arrugó
su frente.
—No vale la pena, a ellos solo le interesa traer mujeres, nada
más.
Anais negó suavemente.
—Ellos buscan su supervivencia, como todos en…
cualquier mundo —murmuró.
Fara alzó una ceja.
—Y sabes muy bien que hacen todo lo posible
porque seamos felices aquí, más de lo que seriamos en la tierra —¿por qué tenía
el gran impulso de defenderlos?, se preguntó, quizás porque en verdad lo creía.
Ella jamás hubiera terminado enamorada de dos
hombres en la tierra, y si hubiera sido así jamás ninguno de los dos hubiera
permanecido a su lado al saberlo. Sí que tenía suerte, se dijo.
—Eso no importa —Fara la agarró de la mano y la
empujó hacia la puerta —no voy a permitir que se los digas.
Anais peleó con ella.
—Suéltame —jadeó—, ¿qué haces?
—Ellos van a seguir como ahora, no voy a permitir que los ayudes.
Anais la empujó y ambas cayeron al suelo, se quejó
y se alejó de ella. Corrió hacia la puerta solo que Fara agarro su vestido
haciéndola caer otra vez.
—Suéltame —jadeo ella —estás loca.
Fara gruñó.
—No vas a arruinar sus planes —Anais se congeló.
—¿Sus planes? —Fara palideció aún más. —¿A
quién estas ayudando?
La mujer la agarró de ambas manos y la empujó
hacia la puerta.
—¡No! —gritó Anais desesperándose —¡suéltame!
Fara la sorprendió con un golpe en el rostro,
desestabilizándola. Ella gimió por el repentino dolor de cabeza. Y aunque
siguió luchando la mujer más pequeña la arrastró por el lugar hasta la puerta y
de un empujón la hizo atravesarlas.
Anais jadeo mientras sentía como su cuerpo se
separaba y un segundo después volvía a unir. Cayó de espaldas sobre el suelo y
jadeo cuando su cabeza volvió a encontrarse con una superficie dura.
Parpadeo confundida y observó el bosque sobre su
cabeza. Fara apareció enseguida su lado, la observó un segundo y luego a algo
delante de ella.
Anais se giró lentamente y se estremeció.
Había siete hombres allí, que la observaban
fijamente. Cada uno de ellos vestía como cualquier terrícola, solo que su
expresión dejaba muy en claro que de amables, no tenían nada. Ella se movió apenas
un poco mientras veía a Fara llegar rápidamente a uno de ellos, quien agarró su
rostro con cierta violencia antes de besarla.
—Ella lo sabe —le dijo al hombre, ahora
volvieron mirarla. Esta vez ella se sintió como un insecto a punto de ser
aplastado.
—Nos encargaremos de ella.
Anais se puso de pie y los observó a todos.
Rebeldes, supo enseguida.
—Así que de esto se trataba —les dijo, para
ganar tiempo —pero eso solo quiere decir que ustedes tienen una puerta.
Se miraron entre si y ella golpeo su puño
contra su mano al saber todo el asunto.
—Ustedes pretenden, o lo están haciendo quizás
—murmuró —traen a más mujeres a Nuevo Edén para que los hombres que no estén
satisfechos con el consejo y su forma de trabajar cambien de bando, si ustedes
les dan lo que desean más rápidamente ya no respetaran las reglas, a que si
—los miró a todos.
El hombre que Fara había besado, quien era alto
y de cabello rubio oscuro sonrió con frialdad.
—Tenías razón —le dijo a la mujer —es
inteligente en verdad, puede que nos sirva.
Anais se tensó.
—Adivinaste rápidamente lo que hacemos —ella
observó a Fara.
—Tu no permitías que ellos se dieran cuenta de
esto cierto, a eso te referías, si el consejo se entera de que puede traer más
mujeres arruinaría sus planes —negó incrédula —pero que es lo que desean en
verdad, no lo entiendo. Pueden traer más mujeres, como ustedes lo desean, ¿qué
más quieres?, ¿por qué siguen haciendo esto?
Los hombres se miraron entre su y algunos se
rieron.
—Tú crees en verdad que eso se trata solo de
mujeres —le dijo el de cabello rubio —míranos, estamos en la tierra, aquí
podemos obtener tantas como deseemos.
—¿Entonces? —preguntó sorprendida.
—Poder —él suspiró como si fuera lo más obvio —todo
se resume al poder. Yo les doy lo que desean a cambio de sus servicios —apuntó
a los otros hombres a su lado.
Anais los observó a todos y se estremeció. Este
hombre manipula a otros con la idea de entregar a una mujer cuando lo que busca
en verdad es que solo lo obedezcan.
—¿Qué quieres? —murmuró y lo observó fijamente.
Él alzó una ceja y movió sus manos como si
apuntara a su alrededor, Anais soltó una carcajada enseguida.
—La tierra —jadeo sin poder creerlo —¿crees que
vas a conquistar la Tierra?
Él alzó una ceja.
—¿Y cómo?, piensas pelear contra el mundo
completo.
—Niña —le dijo sin molestarse —hay otras
maneras de conquistar un lugar, solo tengo que estar en el lugar correcto en el
momento adecuado para que mis planes se cumplan.
Ella dejo de reír y tragó.
—Esto es ridículo —él asintió.
—Lo es, como el hecho de que estemos hablando
contigo.
Él observó a dos hombres que se acercaron a ella
enseguida.
Anais jadeo y antes de que pudieran atraparla
corrió hacia la dirección contraria. Volvió a jadear al atravesar la puerta y
luego al estrecharse contra algo.
Unas manos enguantadas agarraros sus manos para
detener sus golpes y la empujaron lejos de la puerta.
—Anais —la llamó el General al ver que no se
detenía, lo miró enseguida. —¿Quién está allá?
—Fara y siete hombres.
Él asintió y llamó a alguien. Observó
sorprendida como una docena de hombres atravesaban la puerta enseguida. El
laboratorio estaba repleto de personas, la mayoría soldados, que se movían por
el lugar.
—Anais —la llamaron y ella observó a Gabriel
caminar hacia ella rápidamente, Jeremy venía detrás.
El General la liberó enseguida y ella corrió
hacia ambos. Chocó contra los dos y los abrazó a cada uno por el cuello.
—Lo siento —soltó arrepentida —yo solo quería
saber y ella me engañó, lo siento.
Ambos la abrazaron y calmaron.
—Calma —murmuró Gabriel —ya todo está bien.
—Pero ella los engañó a todos —miró al General —se
puede traer a más mujeres, sin que las puertas se apaguen —el General dejó de
hablar con un hombre y la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué? —preguntó.
—Las puertas se apagan cuando alguien
incontinente las atraviesa, a ella no le gustan que traigan a mujeres de esa
forma.
—No le gusta —repitió el General confundido.
Ella llevó una mano a su cabeza dolorida.
—Creo que las puertas tiene algún tipo de
conciencia, si usted logran traer a mujeres cocientes y por su propia voluntad
no tendrán problemas, casi puedo asegurarlo.
—Anais —dijo Jeremy —como vamos a traer mujeres
a este lugar por su propia voluntad, eso sería genial pero quien abandonaría su
hogar por algo así.
Ella volteo sus ojos.
—Sabes cuentas mujeres hay allí que buscan una
familia, el amor, y todo lo que ustedes estaba dispuestos a dar, miles Jeremy,
si lo hacen de una forma correcta podrían tener una fila esperando su turno para
venir.
Ellos se miraron entre si hasta que ella tuvo
una idea.
—Si fuera así, ustedes me dejarían.
—¿Qué? —jadearon ambos.
—Claro que no —soltó Jeremy.
—Anais, que cosas dices —se quejó Gabriel y la abrazó
—¿cómo puedes pensar algo así?
Ella se encogió de hombros y luego se quejó.
—Basta —dijo el General —hablaremos luego,
sáquenla de aquí.
Ambos asintieron y la sacaron rápidamente de
ese lugar.
Anais suspiró.
—Me duele la cabeza —murmuró.
Los hombres se detuvieron y la miraron fijamente.
—Creo que me voy a desmayar —murmuró divertida,
sobre todo porque sería la primera vez.
—Anais —la llamó Gabriel, ella no fue capaz de
contestar, solo sintió que su cuerpo se volvía de gelatina y caía hacia
delante.
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