miércoles, 29 de enero de 2014

Sebastián - Relatos cortos, Serie nuevo Edén.




Sebastián

—Seducción queridísimo amigo —le dijo Isaac.
Sebastián dejo de caminar al oírlo y entrecerró los ojos. Luego siguió a su supuesto amigo hasta uno de los ring de entrenamiento y se preparó como él. Inmediatamente después de vendar sus manos y ponerse los guantes se volteó para ver Isaac listo.
Ambos caminaron hacia el centro y golpearon sus puños una vez.
Sebastián levantó los puños y se movió alrededor del lugar, igual que Isaac. Solo que este sonreía como si nada.
—¿Qué? —le dijo molesto —parece que te va bien.
Isaac alzó una ceja y se lanzó contra él. Se movió a un lado para evitar su derechazo y lo atacó, solo que él también logró esquivarlo, se alejaron enseguida.
—Ya no vas a ir a la tierra —dijo él.
Sebastián movió su cabeza negando y al verlo detenerse y suspirar alzó una ceja.
—¿Qué, deseabas que te trajera otras de tus cosas? —él sonrió y negó.
Volvieron a levantar sus puños y continuaron peleando.

Sebastián golpeó a Isaac en la cara y recibió uno en el estómago.
—Oye —dijo Isaac limpiándose el labio —no en la cara, mi mujer se va a preocupar.
Sebastián volteo sus ojos.
—Oh, perdone usted —mostró ambos puños —la próxima vez no lo olvidaré —negó y se lanzó contra él.
Estuvieron peleando 10 minutos antes de que volvieran a alejarse.
—Amigo —dijo Isaac y se apoyó en las cuerdas —tienes demasiada energía contenida.
Él entrecerró los ojos.
—Y a ti te falta, antes podías durar más.
Isaac se rio entre dientes.
—Ya vez —le sonrió —eso pasa cuando encuentras a tu mujer.
Sebastián arrugó su frente y negó, luego bajó del ring y se alejó de su amigo. Lo escuchó seguirlo y no lo miró hasta que llegaron a las duchas.
—¿Tan mal? —soltó Isaac.
Hizo una mueca y observó alrededor, estaban solos.
—No mal —lo miró y caminó hacia las duchas —y tampoco bien.
Isaac se apoyó a un lado y se cruzó de brazos.
—¿Entonces nada? —le preguntó, Sebastián asintió.
—La mujer es… —no supo cómo describirla.
—Bárbara dice que es cabeza dura, odiosa, seria y a veces amargada… —Sebastián tomó a su amigo de la camiseta y lo estrelló contra la pared.
Se observaron a los ojos unos segundos.
—Basta —exigió.
No le gustaba que hablaran de Jenna de esa forma, o de cualquiera. Además, ella no era todas esas cosas. Sí cabeza dura, y seria, y odiosa, pero amargada, no, claro que no. Sabía que había algo allí, algo que a ella le faltaba.
—Piensas mantenerme aquí todo el día —lo miró y liberó su camiseta lentamente.
Se alejó de él y observó alrededor, suspiró.
—Sí, acepto tus disculpas —lo observó enseguida.
—No me he disculpado, y no pienso hacerlo —él volteó sus ojos.
—Nunca lo haces, ya lo sé —lo interrumpió —pero —él se cruzó de brazos —mi mujer tenía razón.
Volteó sus ojos.
—Y en que tenía razón esa…
—Cuidado —soltó Isaac enseguida tenso y lo miró, volvió a suspirar.
—¿Qué dijo tu mujer? —preguntó más tranquilo.
—Que si reaccionabas de alguna forma cuando dijera todo eso iba a ayudarte —arrugó su frente.
—¿En qué? —Isaac sonrió suavemente.
—Seducción —él se encogió de hombros —sus palabras, no las mías.
—Se seducir a una mujer —Isaac alzó una ceja.
—Pero no a tu mujer —arrugó su frente —probablemente ni siquiera lo has intentado —le dio la espalda y se alejó —sí, que esperabas, que ella se lanzara sobre ti simplemente por ser su asignado.
Gruñó y se quitó la ropa, se metió a un cubículo. Soltó una grosería cuando Isaac siguió hablando desde otro, a su lado.
Dios, pensó, desde que se había unido a su mujer que estaba más hablador que nunca.
—Eso esperabas tu —le reprochó irritado.
Observó a un lado y su amigo se apoyó en la mampara con los brazos, sonreía. Otra idiotez, pensó, por qué demonios tenía que sonreír tanto.
—Sí, lo esperaba, pero también sabía que no iba a suceder de un día para otro. Simplemente esperé mi oportunidad.
Soltó un bufido.
—Tenías que, ustedes son 5 —él volteo sus ojos y se alejó, luego regresó enseguida.
—Y ustedes tres, y todo el mundo sabe que los gemelos comparten entre si—hizo una mueca y lo miró —pero no con otros. Por qué crees que se sorprendieron tanto los hombres cuando los pusieron juntos, y más contigo.
Suspiró.
—Sé muy bien eso —murmuró.
Volvió a suspirar y lo miró fijamente.
—¿Y qué dijo tu mujer? —él sonrió abiertamente.
—Primero, que eres tu quien debe acercarse a ella…
—¿Sabe lo de los gemelos? —él negó enseguida.
—Y segundo—lo miró a los ojos y sonrió con maldad —ira a visitar a tu mujer, pronto, así que avísale.
Sebastián arrugó su frente un segundo al oírlo y se preguntó que podía hacer la visita de la mujer de Isaac que lo ayudara con Jenna. ¿Qué sabía ella que él no?

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