viernes, 8 de noviembre de 2013

El placer de Jenna, Primera Parte, Capitulo 6.




 Capitulo 6
  
Apenas salieron de esa alcantarilla comenzaron a correr. Entre más rápido se movieran más lejos estarían de ese lugar.
Jenna observó el bosque a su alrededor y arrugó su frente. ¿Por qué este lugar le parecía raro?, creía que estaban en alguna clase de selva pero, no reconocía muchas de las plantas y árboles a su alrededor. Incluso algunas eran demasiado raras para pasarlas por alto. Cansada lo dejó pasar por el momento y solo siguió a sus amigas.
Horas después, Bárbara las hizo detenerse cerca de un lago. Todas llegaron al agua enseguida para beber y limpiarse. Mientras lo hacían miró a su amiga, esta asintió ante su silenciosa pregunta.
—Ustedes… —todas la miraron —ya no están en la tierra.
Jenna se congeló y se acomodó en el suelo. No de nuevo, pensó.
—Están en otro planeta, incluso en otra galaxia. Están en el tercer planeta, llamado Gaia, de un sistema solar conocido como Apollo, en la ciudad de nuevo Edén.
Nadie dijo nada, Jenna incluso dejo de respirar unos segundos.
Otra ciudad, otro planeta, otra galaxia.
Oh rayos, bien, dos mujeres que pensaran lo mismo era demasiada coincidencia. Quizás, quizás sí estaba en otro planeta.
—Mierda —murmuró Leslie y la miró unos segundos.
Bárbara continuó.
—En este planeta, debido a una condición genética los hombres solo pueden tener hijos, varones —las miró una a una —por eso, recurren a otro planeta para conseguir mujeres.
—En serio —jadeó Anais, Bárbara asintió —eso es…

—Raro —terminó por decir Leslie.
Ridículo, estaba pensando Jenna.
—¿Entonces las traen de otro planeta? —le preguntó para asegurarse, Bárbara asintió. —¿Eso te paso a ti? —volvió a asentir.
Todas suspiraron.
—Pensamos que te había pasado algo —dijo Leslie —pero veo que no.
Bárbara sonrió suavemente antes de negar.
—Sí me pasó algo, terminé en otro planeta y me dieron asignados.
—¿Qué es eso? —preguntó enseguida Anais. Su curiosidad era más grande que su preocupación.
—Asignados se les llama a los hombres que te… entregan —terminó diciendo.
Hombres, pensó Jenna.
—¿Quieres decir que una mujer puede tener varios hombres? —preguntó Jenna, Bárbara asintió enseguida —increíble.
—¿Tú tienes esto? —preguntó Leslie mientras Bárbara examinaba su mejilla —tú estás viviendo con varios hombres —ella asintió y suspiró.
—Era extraño al principio —dijo —no quería pasar por algo así, solo quería regresar pero después, cuando los conocí a todos, luego de… —se calló y miró alrededor —vivir esto, supe, que no podría regresar a la tierra —las tres se miraron entre si—es increíble recibir ese cariño, esa atención.
Es… abrumante, pensó Jenna, problemático. Ya una relación con un hombre le daba dolor de cabeza, más de uno, solo le causaría un colapso nervioso.
—¿Qué pasará con nosotras? —preguntó Anais, miró a Bárbara enseguida —crees que nos… —la apuntó.
—No lo sé, pero no pienses que todos los hombres de aquí son así, es todo lo contrario, solo… no se cierren a la posibilidad de tener algo así —nadie dijo nada.
—Debemos movernos —dijo Lucia, Jenna la miró y luego alrededor.
—Sí, no podemos detenernos hasta que podamos pedir ayuda.
Se pusieron de pie enseguida y retomaron su camino, esta vez solo se mantuvieron en un paso rápido, y solo cuando se hizo de noche se detuvieron.
—Ya no puedo más —se quejó Leslie sentándose en el piso, Jenna la imitó enseguida.
—Debemos… —comenzó a decir Bárbara pero se calló, la observó y arrugó su frente. Leslie y Anais conversaban a su lado, ella solo mantuvo su mirada en su amiga hasta que abrió los ojos asustada y susurró —corran todo lo que puedan —todas se pusieron de pie —no se detengan por nada, la primera que encuentre ayuda hable de las demás, no toquen a nadie a menos que le digan que es médico, ¿entienden? —asintieron.
Esta vez Jenna puso oír algo a unos pasos del grupo. Luego de eso todas se echaron a correr.

Jenna podía sentir a las demás detrás de ella corriendo, Anais venía a su lado, era la única que podía ver.  Cuando el bosque se hizo demasiado espeso tuvo que alejarse de Anais para continuar con su carrera y maldijo al perder de vista a las demás, no se detuvo. Tenía que encontrar a alguien, cualquiera, que pudiera ayudarles.
Corrió largos minutos hasta que el costado de su vientre comenzó a doler. Se detuvo un poco para oír alrededor pero se arrepintió enseguida. Alguien la agarró de su cabello con fuerza y la jalo hacia atrás. Jenna cayó de espaldas al suelo y grito, más molesta que otra cosa.
Peleó con su captor pero este era más fuerte que ella, el hombre solo la afirmó con más energía y siguió arrastrando su cuerpo sin ninguna contemplación. Sorprendida observó a Bárbara aparecer justo detrás de ellos, con un tronco en sus manos. Cerró los ojos cuando ella golpeó a su captor en el rostro, este cayó inconsciente enseguida.
Bárbara la agarró de los brazos y la levantó.
—Vamos —le dijo y comenzaron a correr.
Solo que un segundo después Bárbara gritó y se detuvo para ver que otro hombre la había agarrado del cabello, intento moverse hacia ella pero su amiga le gritó.
—¡Corre, no te detenga! —Corrió en seguida.
Jamás se había sentido tan inútil en su vida. Jamás había odiado ser pequeña, ahora, daría todo lo que tenía por ser más fuerte, más rápida. Jenna sintió que su garganta se cerraba y su pecho se volvía pesado.
Maldijo cuando las lágrimas nublaron su visión  y cuando comenzó a temblar.  Mordió su labio para evitar llorar y saltó un tronco casi enseguida. Jadeó cuando sus pies tocaron el piso y se congeló. 
Alguien se acercaba, no, no era solo una, eran dos. Y ambos corrían hacia ella.
—Al suelo —gritó una ronca voz.
Jenna obedeció enseguida, como si una mano invisible la hubiera empujado hacia el suelo. Cubrió su rostro con ambos brazos y esperó.
Saltó cuando escuchó dos cuerpos chocar con energía. Supo que ambos eran hombres por el tono de su voz y las maldiciones. Escuchó golpes y gruñidos, y cuando miró por entre sus brazos jadeó.
Uno de los hombres que la habían raptado estaba apoyado en un árbol mientras intentaba proteger su rostro. El otro, que le daba  la espalda, lo atacaba con fuerza.
Ella solo pudo observar su cuerpo grande y su cabello negro.
Luego gritó cuando alguien agarró su cabello, otra vez, y la levantaron del suelo.
El hombre detrás de ella la agarró del cuello justo cuando el otro delante dejaba inconsciente a su contrincante.
Lentamente este se giró.
Jenna lo observó detenidamente, congelada. El hombre debía medir más del metro ochenta, y eso comparado con ella, que apenas llegaba al metro sesenta, era mucho.
Se sintió aún más pequeña cuando él la observó directamente a sus ojos y se irguió en todo su porte. Los ojos castaños del hombre la examinaron unos segundos antes de mirar a su captor.
Nadie se movió.
—Suéltala —dijo este.
No lo pidió, solo lo ordenó, y con tanta sencillez y firmeza que Jenna dio un brincó sorprendida. Eso causo que el hombre apretara su cuello con más fuerza, cortándole respiración.
Jadeó y se quejó dentro de lo que pudo. El hombre delante de ella dio unos pasos hacia ellos y la mano en su cuello aumento su agarre. Esta vez lágrimas se formaron en sus ojos, el hombre se congeló.
—Si no la sueltas —dijo él tranquilamente —te romperé los dedos de tus manos, uno a uno.
El hombre detrás de ella se tensó, tanto, que hasta ella lo hizo como respuesta. Solo que esta vez, se quejó por la falta de aire y cerró sus ojos.
Así, pensó, así de simple y tonta iba a ser su muerte. En un bosque perdido de la mano de Dios, con un hombre delante de ella y otro detrás, ahogándola. Hubiera preferido morir conduciendo su coche, o luego de una noche de sexo alucinante, que ya le hacía falta. Pero no así, no por culpa de un idiota que ni siquiera veía, y frente a ese hombre que la hacía sentir pequeña.
Sus manos cayeron a sus lados y dejó que esa inconsciencia se la llevara, solo que justo antes de que esta la alcanzara, cuando la sentía muy cerca, su garganta fue liberada y sus rodillas se doblaron y se estrellaron contra la tierra. Jenna cayó de lado antes de gemir.
No abrió los ojos, solo se quedó allí, rogando estar inconsciente porque estaba cansada de ese lugar y ese mundo. Solo quería regresar a su departamento, a su empresa, a sus molestias diarias que no se comparaban con esto.
Cuando se hizo el silencio prestó atención, luego saltó al escuchar un chasquido seguido de dos más, se cubrió los oídos justo cuando el otro, su atacante, gritó. Conocía muy bien ese sonido.
El hombre había cumplido su palabra.
Se quedó quieta allí, cubriendo su rostro, esperando.
Escuchó pasos y estos se detuvieron delante de ella.
—¿Estas bien? —preguntó él. El hombre de voz ronca que la hacía sentir pequeña.
Jenna levantó un brazo y lo observó.
Ahora que nada se interponía entre ellos, ni la distancia ni su cuello en peligro de ser roto, lo observó mejor.
El hombre tenía el cabello negro y largo, llegaba casi hasta sus hombros y cubría prácticamente sus ojos cafés debido a que observaba hacia abajo. Jenna lo miró de pies a cabeza, al traje gris, compuesto de chaqueta y pantalón que usaba, y las cuatro estrellas en su pecho. Regresó a su rostro, a los labios llenos pero tensos, la nariz fuerte aunque parecía que había sido fracturada muchas veces, las cejas pobladas y la mandíbula cuadrada. Terminó por examinar el color de su piel, clara y limpia, y regresó a sus ojos para notar que él también la examinaba.
—Yo… —susurró.
—Intenta ponerte de pie —le dijo él, ella asintió y lo vio alejarse.
Lo intentó suavemente y se mareó un poco, suspiró cuando logró sentarse.
—Ponte de pie y sígueme, debemos buscar a los demás y necesito que vengan por ellos. —Con eso le dio la espalda.
Jenna lo vio sorprendida alejarse con paso firme.
—¿Qué? —jadeó incrédula. Así como así, ni siquiera le ayudaría a pararse, a caminar, nada.
Él se detuvo un segundo y la examinó. La miró esperando hasta que ella se levantó y lo siguió con dificultad.
Como el volvió a darle la espalda soltó una grosería que causó que él se congelara enseguida, solo unos segundos, antes de seguir su camino.

Lo que le faltaba, pensó. Si no salía de una para terminar en otra.

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