Epílogo.
Años después.
—Entonces —murmuró Anais—, ¿cuántas
serán?
Ella observó a Gabriel a su lado y luego
a Jeremy.
Los tres esperaban cerca de la puerta al
primer grupo de mujeres que llegarían voluntariamente a Nuevo Edén.
—Creo que ocho —soltó Gabriel, la miró
—pero oí que para dos días más llegaran otra seis.
Ella sonrió.
—Van a tener mucho trabajo.
Ambos asintieron.
—Gracias a los Dioses que te tenemos a ti
—soltó Jeremy, lo miró —pasar por todo esto es muy estresante.
—¿Por qué lo dices?
—Porque por lo menos nosotros podíamos
intentar sorprenderte, mostrarte como sería el resto de tu vida, pero los que
se unan a estas mujeres, deberán trabajar más.
Ella volteo sus ojos y golpeo su estómago
suavemente.
—Estás diciendo puras tonterías —ahora él
volteo sus ojos.
Anais se movió inquieta y puso ambas
manos en su vientre hinchado. Tenía casi 9 meses y estaba allí, esperando como
todo los demás.
No
debiste venir, pensó Jeremy, lo ignoró como hace unos
minutos, cuando le dijo exactamente lo mismo.
¿Te
sientes bien?, pensó Gabriel.
Suspiró.
Esto
bien, se quejó, dejen de preguntar cada dos segundos.
Ambos soltaron un bufido al oírla.
—Diez minutos —avisó un hombre y todos
llegaron a sus puestos.
—Estoy nerviosa —soltó ella.
Gabriel la miró y Jeremy sonrió.
—No te preocupes, solo muéstrales esa
radiante sonrisa tuya y todas esas mujeres sabrán que no hay mejor lugar que
nuevo Edén —le dijo Jeremy.
—¿Qué sonrisa? —preguntó y frunció el
ceño.
—La que tuviste justo esta mañana, luego
de hacer el amor — alzó ambas cejas con diversión.
—Y quién era el que decía que no debíamos
tocarla mientras estuviera embarazada —soltó Gabriel, Jeremy lo ignoró.
—Prepárense todos —alguien avisó.
Todos se callaron.
—Oh rayos —murmuró Anais.
—¿Qué? —preguntaron Gabriel y Jeremy, los
miró y sonrió un tanto avergonzada.
—Creo que no podré quedarme a ver qué
pasa.
—¿Por qué?—preguntó Gabriel.
Apuntó hacia el suelo. Ambos hombres
abrieron los ojos enseguida.
—Alto —gritó Jeremy, todos lo miraron—que
nadie se mueva, mi mujer va a dar a luz.
—Jeremy —soltó irritada —no digas nadie se mueva.
Él la ignoró y comenzó a pedir una
camilla.
—No es necesario —se quejó ella pero Gabriel
ya la había levantado y puesto sobre ella—. Esto es innecesario, pasaran horas
antes de que nazca.
Los hombres se movieron para dejarlos
salir.
—No puedes saber eso —le dijo Gabriel.
Ella suspiró.
—Pasó lo mis con nuestro primer hijo, y
lo mismo con el segundo, creo saber que con el tercero será igual —los observó
a ambos —ni siquiera he tenido una contracc…
Se calló, porque justo en ese segundo
sintió la contracción en su vientre.
—Bien, quizás si haya que apresurarse.
Fin.
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