Cuarta parte
Capítulo 3
Anais se observó al espejo y tocó sus mejillas,
¿por qué no podía dejar de sonreír?
Quizás porque luego de su cumpleaños Gabriel y
Jeremy le hacían el amor cada vez que podían, juntos o separados, y eso le
encantaba.
Ella se quejó y lavó su rostro caliente.
Cualquiera que la conociera no creería que a ella le gustara tanto hacer el
amor, le dolían partes de su cuerpo que no deberían dolerle y aun así no le
importaba. Quizás iba a tener que decirles a ambos hombres que la dejaran
descansar unas horas, pero no más de unas horas, incluso ella no podía estar
mucho tiempo alejada de algunos de los dos.
Volvió a mirarse al espejo y suspiró.
—Te has vuelto adicta al sexo Anais —murmuró y
se apuntó con un dedo —concéntrate en otras cosas.
Ella volteó sus ojos y se movió hacia su pequeño
laboratorio, de paso tomó un vaso con agua de la cocina y continuó. Bostezó
mientras abría la puerta, luego comenzó a trabajar.
Unas horas después arrugó su frente y tomó su
teléfono, llamó a Fara quien contestó al segundo toque.
—Anais —dijo ella como saludos.
—Hola, una consulta —la mujer esperó —¿siempre
han traído a mujeres inconscientes a este nuevo edén?
—Mm —Fara no dijo nada por unos segundos —bueno,
sí, ninguna mujer vendría aquí por propia voluntad.
No
creo eso, pensó ella.
—Pero entonces, ¿en verdad jamás han traído a
alguna mujer porque quiere, o despierta?
—No —contestó Fara —¿por qué lo preguntas?
—Por nada, solo tuve una idea —suspiró y se estiró
sobre el mueble, solo que no previó que su codo golpeara un frasco y el vaso de
agua.
Anais tomó aire mientras los veía caer al
suelo.
—¡Oh mierda! —jadeo al saber lo que iba a pasar.
—Anais —llamó Fara.
—Me tengo que ir —colgó y corrió hacia la
puerta, no había dado ni dos pasos cuando el líquido inflamable toco el suelo y
ella escuchó el chisporroteo del agua mezclándose antes de la explosión.
Anais jadeo y cayó al suelo, se cubrió el
rostro consternada por su torpeza y por lo que había sucedió.
—Anais —gritó Gabriel y lo vio salir de la
casa.
Él corrió a su lado y la levantó.
—Estas bien, ¿qué paso?
Ambos observaron la casita incendiarse unos
segundos antes de que el sistema de seguridad se encendiera. Ella suspiró. Menos
mal que lo que salía de las regaderas no era agua, ahí sí que no se hubiera
salvado ni el bosque.
—¡Anais! —la llamó Gabriel, ella lo miró y
tragó al ver la preocupación en sus ojos.
—No fue nada, solo…—apuntó la casa —un torpe
accidente, jamás me había pasado.
Él solo la observó antes de negar y atraerla a
su cuerpo con un abrazo, suspiró contra su pecho.
—Ni siquiera logro entender que paso aquí pero,
me alegro de que estés bien —él la miró—, vamos a la casa.
Ella observó la casita.
—¿Qué pasará…
—Déjalo, se apagara solo, de todas maneras voy
a llamar para que vengan a revisar, no queremos otra explosión.
Ella asintió
y lo siguió.
Cuando llegaron a la cocina Anais observó a
Gabriel hablar por teléfono unos minutos. Ella solo se sentó y pasó sus manos
por su rostro. Que tonta había sido, como se le ocurría llevar un vaso de agua
a su laboratorio. Pero estaba tan cansada que tampoco se sorprendía tanto,
debía dormir por lo menos ocho horas seguidas, no podía permitir que esto
volviera a pasar.
Cuando Gabriel llegó cerca de ella y sentó a su
lado, lo miró.
—¿En verdad estas bien? —dijo él preocupado.
Asintió.
—Dioses, jamás me había asustado tanto —murmuró
y pasó una mano por su cabello, Anais la detuvo y luego acaricio su rostro.
—No fue nada, en verdad, debí tener más
cuidado.
Él depositó un beso en su mano.
—Creo que vas a tener que dejar de hacer
experimentos por un tiempo —ella arrugó su frente —por lo menos hasta que arreglemos
la casita.
—Lo sé —suspiró, para empeorar las cosas.
Veinte minutos después Anais observaba a un
grupo de hombres revisar su laboratorio, todos llevaban implementos de
seguridad mientras se aseguraban de que nada fuera a explotar otra vez. Ella
suspiró y pasó las manos por sus ojos cansada. Se quejó por doceava vez, como
puedo ser tan torpe, se dijo.
—Anais —dijeron desde la puerta, se giró
enseguida solo que jadeo cuando la empujaron hacia adelante.
Jeremy la mantuvo entre sus brazos por largos
minutos.
—¿Estas bien? —preguntó el luego de unos
minutos.
—Sí —aseguró y volvió a explicar lo que había
pasado.
Jeremy negó.
—Vas a tener que dejar de experimentos —soltó él,
molesto.
—Sí, Gabriel ya me lo dijo, no podré hacer nada
con la casita en ese estado.
Él negó.
—No Anais, no lo entiendes, que si no hubieras
podido salir de ese lugar —él se estremeció suavemente —te habrías quemado o
algo peor, no puedes poner tu vida en peligro de esa forma.
—A ver —soltó ella y se alejó un paso—, Jeremy,
agradezco tu preocupación pero no voy a dejar de trabajar en esto porque no te
guste, es lo que hago, lo que he hecho toda mi vida. Esto —apuntó fuera de la
ventana —es un accidente…
—Y que si este accidente hubiera sido más
grave, si la explosión hubiera sido lo suficientemente poderosa para alcanzar
incluso esta casa.
Ella negó.
—Eso jamás va a pasar, siempre trabajo en
pequeñas cantidades, sabía muy bien que solo debía salir de esa casa —ella se
cruzó de brazos —tú crees que en verdad hubiera puesto en peligro esta casa, sé
muy bien lo que hago.
—No lo sabes si acaba de pasar esto.
Ella suspiró.
—Jeremy, no…
—No, Anais, no me vengas con tonterías, ahora
tienes una familia, no puedes…
—No hagas eso —le reprochó molesta —no me
vengas con que debo ordenar mis prioridades y esas tonterías —Jeremy abrió y
cerró la boca—, sé muy bien lo que estás pensando, y haciendo, crees que
diciéndome todo esto cambiare de opinión y dejaré de trabajar, ¿no es así?
En ese segundo la puerta se abrió y Gabriel
apareció allí.
—¿Qué demonios estabas haciendo cuando pasó
todo esto? —gruñó Jeremy más molesto que antes.
—No de nuevo, ya te dije lo que paso.
Gabriel lo ignoró y se dirigió hacia ella.
Anais abrió mucho los ojos cuando Jeremy lo
tomó de un brazo para detenerlo.
—Esto no es un estúpido juego, pudo haber
muerto allí.
Gabriel sacudió su brazo lejos de él.
—Y crees que no lo sé, ya le dije que no podría
volver a trabajar mientras su laboratorio este en reparaciones.
—No volverá a trabajar es eso nunca más —Jeremy
apuntó afuera.
—No tomes decisiones por mí —soltó Anais y apoyó
ambas manos en sus caderas —voy a volver a trabajar apenas pueda.
—Anais —gruñó Jeremy.
—No —gruñó ella —tu eres soldado y yo no te he
pedido que dejes de serlo, aunque también existan posibilidades de que te pase
algo —ella miró a Gabriel y luego a él —y no lo he hecho porque sé que eso es
importante para ustedes, es lo que hacen. Pues bien —se apuntó con el pulgar —yo
soy científica y voy a seguir haciendo experimentos hasta que me canse.
Jeremy comenzó a negar.
—No puedo creer que te importe tan poco tu
seguridad.
—Jeremy —soltó Gabriel —ya basta, te estás
pasando…
—No estoy hablando contigo —gruñó Jeremy.
—No me interesa si lo estás haciendo, te estas
comportando como un idiota al decirle algo así, ella no es una niña…
Anais dio un paso hacia atrás sorprendida,
sobre todo por la forma en que se miraban entre los dos.
Jeremy respiraba agitadamente, como si hubiera
corrido una maratón y Gabriel se estaba comportando de la misma manera. Y ambos
se observaban como si quisieran comenzar la tercera guerra mundial.
Antes siempre los había visto discutir, a veces
incluso como una broma, como si jugaran entre ellos o esa fuera simplemente su
forma de comunicarse. Ahora, de un segundo a otros, se observaban como si en
vedad se odiaran entre sí, y eso a ella le asustada.
Ella observó a Jeremy y luego sus manos empuñadas,
temblaba ligeramente.
Esto
está muy mal, pensó.
—Anais —soltó Gabriel tenso y sin dejar de ver
a Jeremy —sal de la cocina.
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