martes, 5 de noviembre de 2013

Miedo en la Oscuridad




Nuevo relato para Adictos a la Escritura. El tema es: Especial Terrorífico. Espero les guste, saludos.

Miedo en la oscuridad


No es miedo a la oscuridad, no le tengo miedo a esa negrura. Lo que en verdad me da terror es no saber ni comprender lo que me rodea. Es esa extraña y espeluznante sensación de que algo malvado está cerca de ti pero, no puedes hacer nada por evitarla. El miedo te rodea y se mete en tu cuerpo, te ataca enseguida y se apodera de tu mente. Tu cerebro sigue funcionando pero deja de controlar tus extremidades, y estas, se sienten torpes y pesadas. Se supone que el miedo se aprende, se copia, que es una conducta asimilada. Solo que nunca nadie en mi familia la ha sentido. Solo yo. Por esto mismo aprendí a dormir con la luz encendida y, a acepté visitar una vez a la semana a un psiquiatra.

Siempre he tenido ese miedo, nací con él. Mi madre me permitió combatirlo a mi modo, me dejó tener la luz encendida todas las noches y guardar linternas en los cajones. Hasta el día que ella se murió.

Ese día, todo a mí alrededor me dijo que no podía seguir así, que era inaceptable sufrir de nictofobia. Como una mujer adulta debería madurar, por eso comencé a un tratamiento simple, el de la bombilla de baja intensidad. Como el resultado fue dormir tranquilamente, repetí el procedimiento muchas veces. Luego, tuve que enfrentarme a lo importante, a esa oscuridad. Luego de acostarme, encendí una linterna y apagué la lámpara. Me estremecí a pesar de la luz que irradiaba el foco. Me obligué a relajarme, a respirar tranquilamente y no imaginar cosas sin sentido.
Aun así, mis manos comenzaron a sudar y mi corazón latió muy rápido. Sentía mi cuerpo completamente despierto y tenso, listo para salir corriendo fuera de mi propia habitación. Escaneé a mi alrededor lentamente, intentando averiguar, dilucidar, qué era lo que me provocaba esa sensación. Como no hallé nada, tomé aire profundamente y me acurruqué entre las sabanas, luego, apagué la linterna. Deje de respirar. Y lo sentí.


Primero la temperatura de mi habitación descendió drásticamente. Luego llegaron los sonidos. Esos incomprensibles sonidos que parecen estar a tu derecha en un segundo y en la izquierda al siguiente, más cerca. El roce de algo contra tu cama, el susurro de las cortinas y el peso extra sobre el colchón, como si alguien se sentara a tu lado.

Eso fue lo que siempre sentí, que alguien estaba conmigo en esa oscuridad, únicamente en la oscuridad. Solo que esa noche, la de mi primer intento, no fue tan simple.

Después de que algo se sentara en mi cama, al lado de mis pies, apreté con fuerza la linterna en mis manos, esperando que todo pasara. Pero no fue así porque sentí que mi frazada estaba siendo arrastrada hacia un lado, como si algo la agarrara de debajo de la cama.

Al sentirla solté la linterna y la agarré para regresarla sobre mi cuerpo, en el proceso escuché el golpe y rebote de esta contra el frio suelo y me congelé.

No me lancé a buscarla, en vez de eso intenté encender la lámpara pero no hallé el interruptor. Me quejé suavemente al no encontrarla y decidí dejarlo pasar, me envolví bajo la manta, casi como una oruga, y abracé mis piernas. Cerré los ojos con fuerza y rogué que pronto se hiciera de día.

Como me quedé quieta, prestando excesiva atención, fui capaz de escuchar los pasos lentos y arrastrados sobre mi piso. El peso sobre mi cama desapareció pero fue sustituido después  de unos segundos cuando algo se puso cerca de mi cabeza, empujando la cama hacia abajo y la frazada sobre mí. Mis puños se afirmaron contra la tela cuando ésta comenzó a moverse, fue inútil. Por primera vez no fue solo una presencia, un quizás. Fue algo firme y fuerte que luchó conmigo y ganó. Jadeé.

Cuando ya no estuve bajo mi protección y cubrí mi rostro de lo que fuera me rodeaba. Temblé desesperadamente de pies a cabeza asustada y volví a sentirlo, más cerca de mí, a cada lado de la cama.
El cubre colchón se movió bajo debajo de mí, estirándose en todas direcciones, lo jalaban. Me tensé aún más al sentirlo y, cuando este cedió y se rompió, no pude soportarlo más. Salté fuera de la cama y corrí hacia la puerta.

Gemí cuando caí al suelo. Se cruzó conmigo y tropecé. Mis manos y rodillas protestaron pero pasaron al olvido al sentir una respiración al lado de mi oído. Huí lejos de eso y choqué con la pared, continué moviéndome hasta que mi mano encontró el interruptor de la luz principal. No encendió. Volví a moverme, temiendo que volvieran a acercárseme, y busqué el pomo de la puerta. Pero mis manos estaban torpes y no logré encontrarla. Al recordar la ventana di media vuelta y  corrí hacia el otro extremo, pero algo me empujó hacia un lado con fuerza y caí, por suerte sobre la cama. Eso no evitó que me hiciera daño, mi rodilla se estrelló contra el borde de madera. Jadeé al sentir el golpe y gemí ya sobre la cama. Otra vez algo apareció al lado de mi rostro, primero el izquierdo y luego del derecho, tuve la extraña idea de que eran manos apoyadas allí. La cama se hundió otra vez y me congele. Volví a sentir la respiración fría sobre mi rostro y cuando intenté alejarme de eso, huir, mi cuerpo dejó de responder, se convirtió en una tabla recta y dura contra la cama, estaba tiesa y congelada allí.

Dejé de respirar y doblé mis esfuerzos para escapar, y por primera vez grité cuando algo cortó la piel de mi brazo, justo sobre mi hombro. Volví a gritar al sentir otro corte en mi pierna. Tenía que salir de allí.

Con mis últimas fuerzas luché, mi tobillo recibió otra herida y jadeé. Cuando una lagrima cayo por mi rostro, logré zafarme de mis ataduras y caí al piso. Me arrastré enseguida hacia un lado y toqué la pared con mis dedos. Un segundo después halle las cortinas. Con fuerza las empujé hacia un lado y al recibir los pocos rayos de luz provenientes de la luna, suspiré.

Segundos después me giré lentamente para ver hasta el último rincón de mi habitación. Como siempre, no había nada, solo estaban mis mantas sobre el suelo, el cubrecama roto y algunas manchas de sangre sobre la tela. Observé mis heridas y me puse de pie.

–Nunca más –susurré.

Nunca más volvería a creer que esto no sucedería, o que era lo suficientemente valiente para pasar por algo así. Si debía continuar el resto de mi vida con la luz sobre mi cabeza, así seria. Pero jamás volvería a estar en la oscuridad, tenía demasiado miedo de lo que vivía en ella.

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