martes, 5 de noviembre de 2013

El Perdón

Tercer Relato para Adictos a la escritura, el tema es Letras de color y el color, Rojo carmesí. Espero lo disfruten, muchos saludos.



El Perdón


Lo había buscado por un largo tiempo, desde que cometió ese gran error.

Habían pasado años desde que se había ido de su hogar, sin decir nada ni despedirse. Simplemente había huido y se había negado a aceptar y enfrentar la verdad. Había tenido miedo, miedo del dolor, del sufrimiento, de las lágrimas y de que al final, nada de lo que hiciera, valiera la pena.

Pero ahora, 4 años después, estaba de pie, delante de esa casa, vieja y descuidada. Temblando de frio y vergüenza.

Y qué pasaría si no quería verla. Y qué pasaría si la echaba como merecía, si le gritaba y le decía todo lo que ella se había dicho a lo largo de los años.

Suspiró y pasó las manos por su cabello corto, desde que se había ido lo había mantenido así, no había podido soportar sentirlo contra sus hombros, contra su rostro.

Luego de 10 minutos, camino hacia la puerta y tocó el timbre. Metió las manos en sus bolsillos para evitar que la vieran temblar.

Segundos después alguien abrió la puerta, levantó la cabeza enseguida y tragó al ver a su hermana mayor allí. Delgada y pálida.

Se observaron a los ojos largos segundos. Y otra vez tuvo ganas de correr.

—Pasa—le oyó decir y la observó darle la espalda.

Cuando cerró la puerta miró todo a su alrededor. Las paredes que antes habían sido blancas, los muebles viejos, la alfombra de color rojo y azul. Cuando llegó a la sala se congeló. Todos estaban allí.

Su hermano menor, sus primos, sus tíos, sus sobrinos, y su padre. Todos la observaban.

Ella miró el piso y abrió la boca, no supo que decir. Cómo podía llegar a esa casa y pedir perdón como si nada, luego de tanto tiempo.

Cuando alguien suspiró levanto la vista observó a su padre frente a ella, a solo un paso. Se avergonzó a un más al ver sus ojeras, su cansancio.

—Sígueme—le ordenó, lo hizo.

Subieron las escaleras y llegaron a la puerta de una habitación. La observó detenidamente.

—Entra—su padre abrió la puerta y permaneció allí mismo, solo observándola. Y su padre siguió allí, esperando que reaccionara y dejara de ser cobarde.

Luego de un minuto asintió y atravesó ese umbral, su padre cerró la puerta y la dejo sola, delante de esa cama y de la mujer en ella.

No pudo mirar sus ojos, así que observó su cuerpo delgado, pálido, enfermo, observo el catéter en su brazo y el mueble al lado de la cama, lleno de medicamentos.

—Ven aquí—susurró la mujer y casi se estremeció ante su suavidad.

Cuando se detuvo al lado de la cama, mantuvo su vista en las manos de la mujer, que le tendían un paquete café grande, amarrado con una cuerda.

—Ábrelo, es para ti— tomó e hizo lo que le pedía.

Cuando terminó jadeo al ver el edredón tejido, de un viejo color  rojo carmesí. Cerró los ojos.

Sabía lo que significaba ese edredón para su madre, su abuela lo había comenzado, su madre lo había seguido y ella, ante de los 15 años, lo había terminado. También sabía lo que significaba ese color, aunque un poco desteñido, y de diferentes tonos por el cambio de material, sabía lo que representaba.

Se inclinó hacia adelante sin poder evitarlo hasta que cayó de rodillas a su lado y lloró, apoyó su frente en su vientre mientras lo hacía y lloró con más fuerza al sentir las manos de su madre en su cabello.

—Lo siento—le dijo, cientos de veces, hasta que fue capaz de mirarla—lo siento.

Su madre acaricio su mentón y limpio las lágrimas en sus mejillas, no podía dejar de llorar.

—Por qué…—observó el edredón en sus manos,  lo apretó contra su pecho—por qué me lo das, no lo merezco.

—Lo hago porque lo necesitas, porque es tuyo para hacer lo que desees con el—negó enseguida.

—No lo merezco—susurró apenada.

Claro que no, pensó, no merecía ese regalo ni ese mensaje, ni siquiera lo había esperado.

—Pero es mi decisión—observó a su madre—además—ellas sonrió suavemente—así sabré que siempre me recordaras.

Se estremeció y negó enseguida.

—Nunca te olvide, nunca—pasó sus manos por su cabello. Su madre acaricio los mechones irregulares y suspiro.

—Me gustaba largo—le dijo suavemente. Asintió y observo sus manos llenas.

—Yo…—jadeo.

—No—la detuvo su madre—ya está hecho y no se puede cambiar.

Asintió y observo a su madre. A la mujer que la había perdonado luego de abandonar esa casa, luego de huir al saber que ella estaba enferma y muriendo, porque había sido demasiado cobarde para vivir con algo así. Ahora, no podía hacer nada por cambiar el pasado, pero si el futuro, e intentaría con todas sus fuerzas arreglar un poco de su error, solo eso la haría merecedora de ese edredón rojo carmesí, de ese perdón.

Fin.

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