miércoles, 26 de febrero de 2014

La pasión de Anais. Primera parte, capítulo 2.



Primera Parte
Capítulo 2

Dos golpes en la puerta hicieron que prácticamente saltara fuera de la cama. Anais pasó sus manos sudorosas por su vestido y observó a un hombre de cabello blanco ingresar en la habitación.
Lo conocía, se dijo, era el mismo hombre que habló con ella el día que las encontraron en el bosque.
—General Gutter —dijo sorprendida.
Él le sonrió y la observó.
—¿Estas lista? —preguntó.
No, estuvo tentada a decir. Al final solo asintió y él le pidió que lo siguiera.
Ella observó a los dos hombres que esperaban fuera de su cuarto, ambos parecían guardaespaldas que vigilaban todo a su alrededor.
—Lamento que hayas tenido que esperar tanto tiempo —dijo el general, lo miró y siguió por el pasillo.

—No se preocupe —murmuró.
Observó el piso al darse cuenta de que varios pares de ojos se le quedaban viendo.
—Qué ha sabido de mis amigas, de Jenna y Leslie, cómo esta Bárbara.
Él la observó un segundo.
—Las tres están bien, Bárbara regresó con su familia y a tu amiga Jenna le dieron asignados hace algunas semanas.
Anais asintió y sonrió. Como se estaría llevando Jenna con ellos, se preguntó.
De repente los tres la rodearon y ella miró en todas direcciones. Se sintió como si tres enormes muros la acorralaran sin tocarla. No veía nada a su alrededor.
Solo escuchó a varios correr por el lugar y alejarse rápidamente. Cuando pasaron unos segundos se alejaron, el general la miró.
—Disculpa eso.
—¿Qué paso? —preguntó y siguieron caminando.
—Algunos problemas que han empeorado, nada que no se pueda solucionar.
—Parece algo grave.
Él suspiró.
—Estarás segura, no te preocupes.
Ella solo lo observó antes de negar suavemente con su cabeza.
—¿Qué paso con los hombres que nos secuestraron?
—Fueron condenados y encerrados.
—Los problemas tienen que ver con ellos, ¿cierto? —él la miró y apuntó con su mano fuera del hospital.
No contestó hasta que se detuvieron delante de dos automóviles.
—De cierta manera sí, tenemos problemas con algunos grupos de hombres que no están satisfechos con nuestra forma de vivir.
Él abrió la puerta del automóvil y se subió.
Así que las cosas no eran perfectas aquí, pensó ella y observó por la ventana. Como en todos lados habían hombres que querían hacer las cosas a su propio modo, solo que ese modo, no era el más correcto.
Cuando se detuvieron delante de un enorme edificio, y el general le indico que era el de justicia y reclamación, la guio hacia un ascensor.
Unos minutos después ya estaban fuera de él, frente a otra mujer que le sonreía.
—Hola Anais —dijo esta  y le indico que caminaran —mi nombre es Anabela.
—Hola —murmuró ella.
—¿Qué sabes de este lugar? —le preguntó y ella le explicó lo que Bárbara le había dicho, sobre los hombres, las asignaciones, y que ellos no podían engendras mujeres—. Bien, debemos agregar que como norma solo tus asignados pueden tocarte, por lo menos hasta que se termine el proceso de adaptación —ella arrugó su frente —sé que suena extraño pero lo entenderás. Todo el mundo pasa por el vínculo.
—¿Cuándo termina este proceso?
—Luego de tener tu primer hijo.
—¿A qué se debe esto? —preguntó enseguida.
Qué proceso químico o físico, incluso psicológico, daba como resultado ese vínculo del que hablaba ella.
—No sabría decírtelo —murmuró Anabela y la miró.
Se habían detenido delante de unas puertas enormes.
—Por obligación, debo pedirte e informarte que no dejes tu casa nunca, jamás sola, entiendes —ella asintió—, es extraño que una mujer salga de ella los primeros meses pero por todo lo que está sucediendo lo mejor es no salir.
—Ya… veo —murmuró.
Ella asintió y sonrió.
—Dentro de esta sala esta pasaras por tu proceso de asignación, luego de eso se te llevara a tu nuevo hogar. Los hombres que te asignen tendrán como obligación protegerte, siempre, puedes confiar en ellos.
—Entiendo —dijo.
Anabela apuntó la puerta y se acercó.
Mientras empujaba las puertas se preguntó enseguida como serian ellos, y si ella  podría gustarles. Hizo una mueca. Por eso no le gustaban las relaciones amorosas, porque comenzaba a dudar de sí misma con cosas que no podía controlar, como su cabello rebelde o su curiosidad insaciable. Anais no estaba dispuesta a cambiar nada de ella por otros, porque a pesar de todo, estaba bien condigo misma así, tal y como era.

Sin complicaciones, sin decepciones, sin compromisos. Esa era la mejor forma de vivir.


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