martes, 5 de noviembre de 2013

La primera vez que lo vi.

Segundo proyecto del año del blog Adictos a la Escritura. En esta ocasión, el tema para el relato, es usar tres elementos fuera de lugar. Yo he elegido el tema Un asalto a mano armada. Elementos fuera de lugar: Un payaso, un globo y un cachorro.
El relato fue corregido por Diana F. Rivera. Gracias Diana.



La primera vez que lo vi.

La primera vez que lo vi, fue un día como cualquiera en mi vida. Ese día había despertado teniendo según yo, una genial idea; pero como siempre, no fue así.
No lo podía creer, no era posible, no sabía cómo o por qué. Bueno, si lo sabía. Era mi suerte actuando. Había sido demasiado bueno que en todo el día no me hubiera pasado nada interesante, así que el universo ahora me estaba cobrando con ganas.
—Quiero todo el dinero—me gritó el chico mientras me apuntaba con su pistola.
No podía dejar de observar el arma y la mano que la sostenía temblorosamente.
—El dinero—gritó haciéndome saltar.
—No tengo nada—jadee. Hice una mueca cuando mi voz sonó gangosa. La estúpida nariz roja me apretaba y no me dejaba respirar correctamente.
Claro, al comienzo del día pensé que el mejor disfraz para la fiesta era el de payaso y, aun más, que esto mejoraría si también tenía una voz rara, solo que el único resultado que había obtenido, era una voz que sonaba media resfriada.
El chico se acercó un paso hacia mí y retrocedí. Choque enseguida con la pared, más bien mi pantalón ancho y llamativo choco con ella.
Guauguaguau, escuchando ambos y observamos al cachorro pequeño y blanco a menos de un metro de nosotros. El animal se arrojó contra la zapatilla del asaltante como si supiera lo que intentaba hacer. En ese segundo desee fervientemente que en vez de un cachorro de pocos meses, fuera uno de esos enormes animales, que más que perros parecían caballos.
Otra vez me dije que todo esto era producto del universo y su deseo de molestarme.
El pequeño animal siguió peleando desesperadamente contra el chico. Este intento quitárselo de un empujón pero al ver que simplemente sus pequeños dientes se habían soldado a sus cordones optó por agacharse para quitárselo.
—Payaso—gritó feliz un niño y palidecí al ver que se acercaba a mí rápidamente. Un globo rojo y pequeño estaba atado a su muñeca para que no volara alejándose. El niño se detuvo en el mismo lugar que había estado el cachorro anteriormente, y, como si hubiera sido planeado, el delincuente y yo nos observamos un segundo a los ojos sin saber qué hacer. Yo tuve una idea casi en seguida.
Antes de que el chico saliera de su sorpresa me moví hacia él y estampe mi rodilla en su rostro. Tanto él como el niño gritaron sorprendidos. El perro se alejó ladrando descontroladamente y el chico cayó sobre su espalda. Deje de respirar cuando el arma dio un bote justo a mi lado, sin darle tiempo a reaccionar la agarre con mi mano enguantada y jadee.
—Un juguete—dije incrédula al sentir su peso. El arma era un estúpido juguete.
Mire al chico ahora furiosa, y lo vi alejarse de nosotros, correr calle abajo con una mano en su rostro, cubriendo su nariz sangrante.
Observe sin ver al cachorro perseguir al chico unos cuatro metros, ladrándole como si le gritara que corriera. El animal se detuvo de repente y lanzo un último y orgulloso ladrido antes de girarse y pararse frente a mí. Me agache para acariciar su cabeza y su diminuta cola se movió frenéticamente. Parecía que en cualquier segundo comenzaría a girar como la hélice de un helicóptero. Ya podía verlo elevarse de suelo para volar a mi alrededor.
—Es tuyo—pregunto el niño. Lo mire de repente, me había olvidado de él.
Tomé aire lentamente y me obligue a sonreír.
—Sí—dije, el cachorro que me había ayudado se lo merecía.
El niño se acercó y acaricio su cabeza sonriendo abiertamente, olvidado de su mente quedaba mi pasado acto violento de defensa. Sonreí cuando lo vi empujar fuera de su rostro el globo rojo.
Cuando una sombra se paró detrás del niño levante mi mirada y me encontré con un hombre alto y de cabello negro; ojos castaños me observaron curiosos y me sentí enrojecer.
—Mira papá—dijo el niño riendo mientras el cachorro lamia su mano—, un perrito.
El hombre le sonrió y, en ese segundo, me olvide del asaltante y su arma de juguete, del niño y su globo rojo, del minúsculo perro y su acto de valentía. Incluso me olvide de mi ridículo disfraz de payaso y solo fui consiente de él, del hombre delante de mi sonriendo.
Y esa, fue la primera vez que lo vi, al hombre y al niño que se convertirían en mi familia, al perro que se volvería mi fiel amigo, y a mi extraña y desconocida buena suerte, que me acompañaron desde que un chico decidió que una chica vestida de payaso era alguien a quien robar.

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