Sebastián – el ataque
Sebastián suspiró y dejo que su
automóvil condujera hacia la base. Cerró los ojos y recordó enseguida la
despedida de Jenna.
Sonrió.
Jenna era tan divertida, sobre
todo su forma de decir que se preocupaba por alguien. Lástima que las cosas
estuvieran tan complicadas, sino fuera por culpa de los rebeldes ahora seguiría
en la casa, disfrutando de su mujer.
Una hora después el vehículo se
detuvo y observo alrededor. Estaba en la base y debía salir con un grupo de
veinte hombres, entre ellos quince chicos, para un entrenamiento en el bosque.
¿Por qué rayos Isaac lo metía en
esto?, claro, porque no quería alejarse de su mujer embarazada.
Negando suavemente bajo del
vehículo y caminó hacia el patio trasero, debían estar esperándolo para salir.
Al doblar una esquina observó al grupo de reclutas. Se detuvo al lado del
general Gutter unos minutos después.
—¿Cómo es que te convenció de hacer esto
—dijo el cómo saludo.
Suspiró.
—Digamos que su hijo es persistente —lo
escuchó reír.
—Lo sé.
—Además no quiere dejar a su mujer sola.
—Lo sé, lo imaginó.
Ambos observaron a los chicos y como uno
de los sargentos los llamaba a formar.
Sebastián los observó uno a uno,
examinando su comportamiento enseguida. Al acabar tomó su bolso y lo acomodó en
su espalda, listo para partir.
—Han reducido el entrenamiento a tres
días —dijo el general, asintió.
Eso significaba que recorrerían menos de
la distancia prevista.
—Bien señores —gritó el general hacia
los chicos —recuerden que serán calificados en este entrenamiento. Nos vemos en
tres días.
Todos se despidieron y comenzaron a
caminar.
—Tres días —le escuchó decir Sebastián a
uno de los sargentos —esto es culpa de los rebeldes, cada vez nos limitan más.
Él arrugó su frente y se detuvo a un
lado para observar a todo el grupo, cuando ellos pasaron cerca les habló.
—Recuerden que estamos aquí para entrenar
y calificar, guarden sus comentarios para otro momento.
—Sí, señor —dijeron y continuaron su
camino.
Los ignoro enseguida y continuó
caminando.
Horas después, casi al anochecer se
detuvieron en un claro y armaron el campamento. Sebastián caminó hacia los
chicos y les ordeno formar tres grupos de vigilancia. Cada uno de ellos iba a
tener que revisar los alrededores.
Cuando por fin se sentó a comer se dedicó
solo a observar.
Isaac era a quien le gustaba enseñar, no
a él. Bien, por la mañana debía comenzar los entrenamientos, no tenía tiempo
para molestarse por nada. Solo tenían un par de horas para hacer todo bien antes
de regresar, por lo menos esperaba que ese grupo de chicos aprovecharan en algo
la salida.
Luego de bostezar se recostó en su
tiendo y cerró los ojos, fue temprano en la mañana cuando lo sintió.
Sebastián abrió los ojos lentamente y
observo a su alrededor, no había ni un solo ruido. Se levantó enseguida y luego
de comprobar su arma y recordar que se suponía no estaban permitidas en estos
entrenamientos, salió de la tienda.
Había niebla, una espesa que los rodeaba
por completo.
Un hombre se detuvo a su lado. Él siguió
explorando el alrededor.
—También lo nota señor —murmuró él.
—Sí —soltó —los quiero a todos
despiertos y listos ahora, no hagan ruido.
Él asintió y se fue a despertar a los
demás.
Sebastián se alejó del grupo y llegó
cerca de uno de los chicos que estaba más lejos del campamento. Toco su brazo
con su pie para despertarlo pero él no se movió. Arrugando su frente se agachó
y levantó la manta que lo cubría hasta la mitad del rostro.
Se tragó su mueca al ver la sangre
alrededor de su cuello.
—Mierda —soltó.
—John —gritó un chico y todos observaron
hacia la derecha.
A unos metros Sebastián observó a otro
chico que había corrido la misma suerte en la noche. Volvió a maldecir y tomó
una rápida decisión.
—Todos al bosque, saben que hacer —por un segundo nadie se movió,
solo cuando gritó un avancen cada uno
de los tres sargentos se hizo cargo de un grupo de chicos y comenzó a llevarlos
al bosque.
Solo que no alcanzaron a llegar muy
lejos. Primero los observó, a los seis hombres salir por su derecha y luego escuchó
el grito.
Sebastián jamás había sentido esa opresión
en el pecho, ese malestar en el estómago que lo volvía un nudo apretado. Y no
fue la pelea que lo desató. Estaba acostumbrado a ella, a estar en situación de
desventaja.
Lo que lo hizo sentirse enfermo fue el
saber que esos chicos iban a morir, y que él no regresaría a su hogar. Aun así
enfrentó a los hombres delante de si mientras les ordenaba a los demás
retirarse, por mucho que los superaran en número no podrían hacer nada. Ya de
por si reconocía a dos soldados entre eso rebeldes.
Traidores, pensó.
Luego de derribar a uno de ellos otro se
lanzó contra él, Sebastián logró evitar su ataque en un principio, pero había
dos más que también se unieron a la pelea. Recibió golpes lo mejor que pudo
pero, todo se vino a negro luego de que algo golpeara su cabeza.
Su último pensamiento antes de
desmayarse fue hacia su mujer, rogando que los gemelos fueran capaces de
protegerla.
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