miércoles, 5 de febrero de 2014

Fabian - Relatos cortos, Serie nuevo Edén.



Fabian

Fabián suspiró y se sentó en su cama. Pasó las manos por su cabello antes de dejarse caer de espaldas. Estaba cansado, mucho. Ya llevaba una semana con turnos dobles en el pueblo y las cosas no mejoraban. Sabía que tenían que acabar con esto pronto o si no, todo el mundo comenzaría a volverse loco.
Aun no podía creer que atacaran el pueblo, que se atreviera a acercarse tanto, cada día ellos estaban más desesperados y cada día, los desesperaban más a ellos.
Cuando escuchó la puerta abrirse no abrió los ojos, sabía muy bien quien era. La había sentido acercarse desde que se había levantado de su cama.
Jenna se subió sobre la cama y luego se recostó sobre él, la abrazó enseguida para mantenerla allí.
—¿Tienes que trabajar mañana? —preguntó ella suavemente, preocupada.
—En la noche, así que tengo la mañana y tarde libre—murmuró.
Ella besó su mentón suavemente.
—Entonces descansa, has estado trabajando mucho estos últimos días —asintió y cuando la sintió moverse no la libero.
Solo abrió los ojos para verla.
—Quédate conmigo esta noche —pidió —te necesito ahora.
Jenna se movió sobre él para sentarse a horcajadas sobre su vientre.
—¿No estás muy cansado?

Negó suavemente.
—Nunca para esto —tiró de la bata de su mujer suavemente —y necesito pensar en otra cosa.
—Sentir —murmuró ella acercándose a su rostro.
Él asintió enseguida.
Cuando Jenna lo besó Fabián pensó que jamás en su vida había imaginado que estaría en esta situación, que dejaría a alguien tener ese control sobre él. Jenna no solo tenía su corazón sino su cuerpo, cuando ella quería y cuando él lo necesitaba. Su mente se liberaba de cualquier preocupación gracias a ella, era libre para sentir.
—No te muevas —ordenó Jenna un segundo después y se estremeció.
La vio abrir su chaqueta y pantalón. En menos de un minuto lo tuvo desnudo sobre la cama, listo para ella.
Jenna se levantó y caminó hacia su ropero, la vio tomar una pequeña bolsa y regresar con él. Tragó cuando ella sacó dos esposas de cuero y una bufanda de ceda.
Cuando llegó a su lado tomó su mano y la levanto. Fabián solo observó su rostro concentrado mientras lo esposaba a la cabecera de su cama, repitió el procedimiento con el otro y al acabar se alejó. Ella tomó la bufanda y llegó cerca de su rostro. Antes de cubrir sus ojos le sonrió.
Fabián se movió suavemente sobre la cama y prestó atención a su alrededor. Jenna estaba cerca, observándolo. Sintió la cama moverse a su lado y luego a ella acomodándose sobre sus piernas. Sus cálidas manos recorrieron su vientre y bajaron hasta sus caderas. Sintió la punta de sus dedos recorrer el contorno de sus muslos y subir entre ellos, acechándolo.
Tomó aire cuando ella paso cerca de su sexo sin tocarlo, la volvió a sentir más cerca esta vez y luego de nuevo. Sacudió sus manos luchando contra la necesidad de moverse, quería levantar sus caderas para que lo tocara de una vez. La paciencia en ese momento no le estaba ayudando en nada.
Y cuando ella por fin lo tocó, jadeo y espero nervioso.
Jenna siempre lo torturaba de esta forma, le hacía perder la paciencia, su tranquilidad, y esta noche no deseaba hacer gala de ella. Ansiaba tenerla enseguida, de una vez por todas.
—Jenna —jadeo y ella lo acaricio.
Volvió a jadear cuando sintió su lengua sobre él, suave y delicada. Como siempre, lo acaricio lentamente mientras su boca lo torturaba. Sus manos lo recorrieron de arriba a abajo una y otra vez. Rogó porque se apresurara, para que lo dejara alcanzar su liberación pero, llegó hasta el punto que no pudo soportarlo más y comenzó a molestarse.
—Basta —le dijo irritado. Ella no se detuvo—, Jenna, detente —gruñó y ella se congeló —libérame, no estoy de humor.
No, si lo estaba, pero también estaba molesto y no lograba saber porque.
Jenna se movió a su alrededor, lo desató y le quitó las esposas, solo que cuando él quiso quitarse la bufanda de sus ojos ella lo detuvo y afirmó sus manos a un lado.
Esperó.
—Siempre me ha sorprendido la paciencia que tienes —dijo ella.
—Todo el mundo me lo dice —murmuró.
Sí, todos le recordaban constantemente que tenía más paciencia que su hermano, que podía tomarse todo con calma, con frialdad. Solo que… estaba cansado de eso.
—¡Jenna! —jadeo cuando ella volvió a agarrar su pene.
Solo que esta vez lo hizo con más fuerza de la requerida, por eso, también agarro su muñeca con fuerza para alejarla. Cuando se quitó la bufanda y la observó se congeló. Ella tenía esa expresión molesta, ese que a veces le veía cuando discutía con Sebastián o su hermano, nunca la había tenido con él.
—No tienes que ser así conmigo —soltó ella—. Yo no espero que seas  paciente conmigo todo el tiempo.
—Es lo que soy.
Ella negó.
—Es lo que los demás te dicen que eres —ella se acercó a su rostro —yo solo quiero que seas tú.
Él la observó tenso, sin saber que decir, pero lo que no espero fue que ella le diera una sonora bofetada en su rostro.
Observó a Jenna más que sorprendido.
—¿Qué demonios estás pensando? —gruñó. Cuando ella levantó su mano para volver a golpearlo la agarro y rápidamente los giro.
Afirmo sus manos sobre su cabeza y su cuerpo con el suyo.
—¿Qué haces? —intentó detenerla pero ella se revolvió bajo de su cuerpo.
Cuando se detuvo lo observó con intensidad. Ambos respiraban agitadamente.
Jenna alzó su rostro y lo besó, con fuerza. Mordió su labio inferior haciéndolo gruñir y alejarse de ella.
—Hazlo —le dijo, solo la observó —yo solo te quiero a ti, molesto o calmado, alegre o triste, no me importa, solo deseo que seas tú mismo, siempre.
Al oírla tomó aire, porque sabía lo que le pedía. Cerró los ojos y apoyó su frente sobre la de ella.
Jenna volvió a besarlo, más suavemente, con más ternura, solo en un principio. A los segundos ya le estaba robando el aire como la razón, al igual que cualquier pensamiento coherente.
Le devolvió el beso al sentir esa necesidad explosiva en él, eso que ocultaba de los demás, por lo que cerraba los ojos y contaba hasta diez.
Jenna volvió a moverse bajo el, solo que esta vez fue un movimiento sensual, de esos que le llamaban la atención. Se alejó de ella levemente, lo suficiente para permitirle abrirse de piernas bajo él. Y sin liberar sus manos o dejar de ver sus ojos ingresó a su cuerpo de una sola vez.
—Fabián —susurró ella al sentirlo.
Él salió de su cuerpo he ingreso con fuerza. Chocando su cadera contra la de ella.
Jenna jadeo y arqueo su espalda en su dirección. Volvió a hacerlo sin perder de vista su rostro, fue cuando ella apoyo sus pies en la cama para impulsarse en contra que gimió y liberó sus manos. Ella no las bajó, solo se agarró a la cabecera.
—Jenna —susurro él y siguió moviéndose mientras apretaba la mandíbula.
—No me voy a romper—jadeo ella y gimió.
Volvió a empujar contra ella, sin ritmo o consideración. Solo gimió contra ella casi desesperado. Sabía que esto no estaba bien, que debía ser más cuidadoso con ella, tratarla con más respeto que esto pero simplemente no podía detenerse, sobre todo al oírla gemir, al sentir su respiración cerca de su mejilla.
Y cuando por fin ella se corrió y gimió, la siguió enseguida. Y como ella también gritó su liberación.
—Dioses —susurró unos minutos después.
Gemía suspiró bajo el y se levantó, confundido y asustado.
Al ver su mirada ella lo abrazó del cuello y lo atrajo sobre su pecho.
—Yo…
—Nadie espera que seas perfecto Fabián —murmuró.
—Yo... —susurró él, cerró los ojos —siempre…
—Cuando Sebastián y Hugo discuten me tranquilizas, siempre estas allí para mi sin decir nada o quejarte —suspiró—, ahora yo quiero estar ahí para ti, siempre que lo necesites.
—Siempre estas —murmuró él.
—Pero no para ti, no para el hombre que eres sino para el que deseas que los demás vean de ti.
Fabián pensó en sus palabras y se sorprendió de que ella se diera cuenta de algo así, porque ni siquiera Hugo, su hermano lo sabía.
—Solo yo —murmuró él.
—Solo tú —dijo ella.
Él se levantó y deposito un beso en su mejilla y luego en su boca, puro y casto.
—Eres una mujer inteligente Jenna.
Ella alzó una ceja y acaricio el contorno de su rostro.
—Lo se Fabián —rio —pero —ella alzó una ceja—, aun así voy a seguir amarrándote a mi cama cuando quiera.
Él volvió a reírse y negó divertido, y mucho más tranquilo que antes.

—Cuando quieras mujer.

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