lunes, 12 de mayo de 2014

Gabriel - Relatos cortos, Serie Nuevo Edén.


Serie Nuevo Edén
Ellos
Gabriel

Gabriel observó a Anais con Jeremy al otro lado de la cocina y se mordió el labio. Era tan pequeña que siempre se ponía un poco nervioso cuando los veía jugar de esa manera.
Jeremy perseguía a Anais unos pasos cada vez que ella se le acercaba para molestarlo. Parecían un par de niños jugando o molestándose entre sí para ver quien perdía la paciencia primero.
Al ver que Jeremy terminaba por quitarse el ridículo delantal que usaba para limpiar y salía en verdadera persecución de Anais, cerró los ojos un segundo y se aguantó las ganas que tenía de decirle que tuviera cuidado. A veces Jeremy era demasiado bruto con ella, o quizás él se preocupaba mucho.
Sabía que ella era más fuerte de lo que parecía, se lo había demostrado, pero aun así tenía la impresión de que le podía suceder cualquier cosa.
—Déjame —escuchó gritar a Anais, y aunque sabía que también se estaba riendo, se levantó enseguida y se movió rápidamente hacia ellos, tenso y listo para discutir con Jeremy si de nuevo la estaba molestando mucho.

Se congeló enseguida cuando vio a Anais sobre el hombro de Jeremy, como si fuera un saco de papas. Jeremy golpeo una vez el trasero de Anais haciéndola soltar un grito indignado antes de girarse y verlo allí.
Él alzó una ceja.
—¿Qué haces? —le preguntó irritado.
—Enseñándole a esta brujita lo que pasa cuando me hace perder la paciencia.
—Bruja —jadeo ella y la vio mover sus pies intentando golpear a Jeremy, solo que este la afirmó aún más y volvió a golpearla.
—Basta o te pondré sobre mis rodillas para castigarte como se debe.
La imagen de ella sobre sus rodillas desnuda y con el trasero de color rosa lo abrumó enseguida. No es que fuera de esos gustos pero la idea de hacer algo así tenía algo de atractivo, mucho, mejor dicho.
—Como si yo fuera a permitir que hicieras algo así, pervertido —jadeo ella y dobló sus esfuerzos.
Gabriel suspiró y se giró, si seguía allí iba a terminar por bajarla del hombro de Jeremy, y sabía que no sería bienvenido, ellos estaban jugando como siempre.
Tenía que concentrarse en otras cosas, por mucho que le gustaría estar con su mujer debía terminar algunos informes para mañana. Además, él no era Jeremy, no se atrevería jamás a tratar así a Anais. Tenía la fuerte impresión de que podría hacerle daño si siquiera lo intentaba.
Por eso las siguientes dos horas se concentró lo mejor que pudo en su trabajo. Ignoró las risas de Anais y Jeremy, además de sus gritos y demás. Cuando por fin terminó ya era tarde, tanto que ya nada se veía por fuera de la ventana. En ese segundo Jeremy apareció a su lado y suspiró.
—¿Qué? —le preguntó enseguida.
—Debo irme, lo olvidaste—. Gabriel arrugó su frente hasta que cayó en cuenta.
—Cierto —soltó, Jeremy tenía turnos de noche en el pueblo junto con otros soldados—. Tienes razón, lo había olvidado.
Jeremy alzó una ceja y solo lo observó antes de girarse.
—Por cierto Anais está durmiendo.
—En serio —murmuró con ironía, el silencio en la casa le dijo que eso era obvio.
—Despiértala en un rato para que coma, sino mañana despertara con el estomago vacío y se sentirá mal de nuevo.
—Lo sé —suspiró y miró al hombre mientras se preparaba para salir.
Antes de que se fuera Jeremy se movió a la cocina, luego de despedirse de él con un movimiento de cabeza Gabriel subió a la habitación de Anais para ver como estaba. La encontró sobre su cama, cubierta solo con la sabana, estaba desnuda bajo la delgada tela. Gabriel suspiró al verla y llegó cerca para cubrirla mejor. Anais despertó apenas tocó la sábana, ella le sonrió y se giró antes de estirar su cuerpo como un gato. Tragó al ver sus pechos al aire.
—¿Tienes hambre? —se obligó a preguntar, la miró a la cara, ella sonreía suavemente.
—Sí.
—Entonces hare la cena, ponte algo y baja.
—Bien —murmuró ella, él sonrió y besó su frente, salió de la habitación antes de que terminar lanzándose sobre ella.
Ya en la cocina preparó rápidamente algo de comer para los dos. Cuando la escuchó entrar a la cocina estaba por terminar. Anais se detuvo a su lado y la miró. Alzó ambas cejas al ver que usaba una de sus camisetas, una que la cubría hasta un poco más debajo de su trasero.
—La dejaste la otra noche en mi habitación —dijo ella como explicación.
—Ya veo —murmuró y suspiró, Anais sonrió y tomó una plato para comer. Ella no se movió hacia el comedor, solo se quedo allí comiendo tranquilamente. En cambio él se sentó y la observó detenidamente.
—¿Sabes? —dijo ella.
—¿Qué? —observó su cabello revuelto amarrado y luego sus piernas un poco mas morenas por el sol. La primera vez que la había visto estaba más pálida.
—A veces no ocultas bien tus pensamientos—. Observó su rostro enseguida, ella seguía sonriendo.
—¿Ah sí? —preguntó y arrugó su frente—, ¿qué se supone oíste?
Ella lo observó pero no se lo dijo, en vez de eso lo bombardeo con una serie de pensamientos e imágenes eróticas. De ella sobre la mesa con él tomándola por detrás, o aprisionándola contra la pared de la cocina, sobre la arena blanca, la cama, incluso el piso de ese lugar.
Él se quejó un segundo y luego gimió cuando ella se imaginó así misma sobre sus rodillas justo frente a él, tomándolo en su boca.
—Pequeña —gruñó y se estremeció.
Anais terminó de comer, dejó el plato sobre la mesa a un lado y lo miró.
—Me gusta que sean más rudos —él apretó la mandíbula, ella se acercó—, que me tomen con más fuerza algunas veces —ella se sentó sobre él a horcajadas. Gabriel la agarró de la cintura enseguida.
—Yo no soy Jeremy. Él…
—No quiero a otro Jeremy, te quiero a ti—. Ella tomó una de sus manos y la llevó hasta su trasero. —Quiero que tú me inclines contra la mesa, como si no pudieras contenerte, quiero que lo hagas rápido y duro —ella besó su mandíbula tensa—, me gusta que seas dulce pero también te quiero desesperado.
Gabriel se estremeció enseguida, jadeo cuando ella lo tocó por sobre el pantalón.
—¿Por qué?—se oyó preguntar.
—Gabriel, no es la primera vez que me imaginas sobre tus rodillas —él tomó aire con fuerza —ya perdí la cuenta de cuentas veces te has contenido, y no quiero eso —ella lo besó suavemente—. Sabes porque molesto siempre a Jeremy —negó —porque es el que primero pierda la paciencia, y al cual le gusta que lo moleste, se que le divierte portarse todo bruto conmigo y jamás, ninguna de todas las veces en que lo he incordiado me ha hecho daño. Por qué crees tú que podrías hacérmelo o qué no me gustaría la forma en que me deseas.
Gabriel tragó y la atrajo más cerca de su pecho, la apretó contra él  y ocultó su rostro contra su cabello. Suspiró al oler su aroma.
—¿Quieres que te haga perder la paciencia?
—¿Qué? —jadeo él y ella se alejó enseguida.
Antes de que pudiera decir o hacer algo Anais ya le había bajado el cierre del pantalón con una sorprendente habilidad. Maldito Jeremy, pensó por un segundo, él debió de haberle enseñado a hacer eso tan rápido. Luego gimió, al verla llevarlo a su boca pero sobre todo al sentirla.
—¡Dioses! —gruñó y sus caderas se movieron por propia voluntad hacia adelante, luego se congeló allí, mas por costumbre, ella jamás iba a poder tomarlo completamente dentro de su boca. O eso creía, volvió a jadear cuando ella se empujó lentamente más cerca de él.
Gabriel jadeo y agarró su cabello para detenerla, solo que ella lucho para acercarse más. ¿Qué demonios estoy haciendo?, se dijo, debería estar ayudándole a que lo tomara más profundamente, no intentando alejarla.
Solo… pensó y luego soltó un juramento. Alejó a Anais de un suave tirón y la hizo mirarlo.
—¿En verdad quieres esto? —gruñó, ella jadeo y asintió—. Jeremy te enseñó a quitar el cierre tan rápido —sonrió y volvió a asentir—, ¿qué más te enseñó? —ella volvió a acercarse  a su sexo.
Gabriel le permitió hacer y observó sorprendido como ella relajaba su garganta para tomarla más todavía sin ahogarse. Por un segundo maldijo a Jeremy, porque esto debió tomarle un tiempo, pero cuando ella logró su objetivo y lo tuvo completamente casi le agradeció. Él se estremeció al sentirlo acariciarlo, al verla moverse por su longitud. Gruñó su nombre y movió sus caderas.
Ya estaba allí, se dijo, muy cerca, solo un poco mas y…
—Anais —casi lloriqueo, ella se había alejado de repente. Ahora lo observaba fijamente sin dejar de sonreír—, ¿qué haces? —gruñó.
Ella se mordió el labio y se puso de pie, luego dio un paso atrás y lo miró alzando una ceja.
—¡Oh no! —soltó imaginando lo que iba a hacer—. Yo no te voy a perseguir—ella volvió a dar otro paso hacia atrás—, ¡Dioses!—dijo y justo cuando ella saltaba para correr lejos, él se lanzó hacia ella. No alcanzó a agarrarla.
Volviendo a soltar una grosería la persiguió fuera de la cocina, ambos atravesaron el comedor y luego la sala. La agarró en el pasillo que daba a la escalera. Él la apresó contra la pared y la afirmó con una mano. Con una de sus rodillas separó las de ella mientras levantaba su camiseta.
Ella gimió al sentirlo tocarla.
—Esto es lo que quieres —le dijo al oído un tanto fuera de sí.
—Sí —susurró ella cuando la inclinó para entrar en ella.
—Pídelo —jadeo y se detuvo justo antes de hacerlo.
—No —susurró ella y apretó la mandíbula. Él rió entre dientes.
—Entonces no lo tendrás —se restregó contra su humedad solo para molestarla. Se alejó apenas ella empujo en contra—. Pídelo Anais, di por favor.
—No —gimió ella e intentó moverse. La apresó con más energía. Gabriel separó aun más sus piernas y la alzó una poco obligándola a pararse en la punta de sus pies. Cuando volvió a tocarla oyó el sí en su cabeza, sonrió al ver que no podía ocultar sus pensamientos debido a su necesidad.
—No —dijo él y la alejó de la pared.
Ella se quejó y gimió, solo que Gabriel la ignoró y la llevó de regreso al comedor.
—Me dijiste que lo quería inclinada sobre la mesa —la puso sobre ella y la empujó hasta que su pecho quedo apoyado allí—. No quieres esto—susurró.
—No —lloriqueo ella enseguida y abrió sus piernas.
—Ni un poco —mientras la afirmaba se empujó dentro de ella un poco, solo un poco. Se alejó apenas la sintió intentando tomar más de él.
—Gabriel —gritó Anais.
—Di por favor —gruñó.
—Eres un…—volvió a entrar a su cuerpo un poco y ella jadeo—, está bien. Por favor.
—Por favor qué.
—Por favor deja de jugar conmigo.
Empujó otro poco y ella gimió.
—Inténtalo de nuevo.
—Por favor hazlo de una vez.
—Otra vez —gruñó él y comenzó a salir.
—Por favor fóllame —lloró ella al sentirlo. Gabriel gruñó e ingresó dentro de ella de una sola vez, ambos gimieron, solo que él gruñó al sentir que ella se corría en torno a él enseguida.
Gabriel juró y esperó a que se relajara antes de comenzar a moverse. Anais jadeo y se estremeció al sentirlo. Susurró su nombre y levantó una pierna para ponerla sobre la mesa. Le ayudó a acomodarse sin detenerse siquiera y luego volvió a soltar un juramento. Él se desesperó al tenerla así, perdió el poco control que le quedaba y solo la afirmo de las caderas mientras empujaba. Podía sentir el sudor correr por su cuerpo y como la ropa que aun llevaba puesta se humedecía. Pero ya no le importaba, lo único en lo que podía pensar era en que ya no podía aguatar su orgasmo. Solo atinó a susurrar un córrete a Anais y cuando ella obedeció terminó por empujar una última vez con fuerza y seguirla.
Gritó al derramarse dentro de ella, su cuerpo se estremeció y cayó hacia adelante, sobre Anais.
Dios, mujer, pensó agotado.
Vaya, le oyó pensar de vuelta.
No puedo moverse, se quejó y la oyó reír suavemente. Cuando lo logró, abrió los ojos y se alejo lentamente, Anais se estremeció al sentirlo. Luego la giró y tomó en brazos para llevarla a la sala. Allí se acostaron en el sofá frente a frente.
—Ves que no es tan difícil —murmuro Anais, sonreía más que antes.
Él suspiró y luego sonrió como ella.
—Quien diría que una cosita tan pequeña tuviera tanta energía—. Ella se acomodo más cerca de su cuerpo y la abrazo. —Estas bien cierto.
—Sí —murmuró ella, luego se rió —no creo que esa mesa vuelva a soportar tanta acción otra vez, creo que la oí crujir mientras te movías.
Gabriel la miró sorprendido enseguida y al ver que bromeaba soltó un bufido.
—Bueno, si se rompe le diremos a Jeremy que fue tu culpa —ella abrió la boca—. ¿Qué?—dijo inocentemente al ver su expresión—, ¿quién me llevó a hacer algo así? Yo quería comportarme como un caballero pero tú fuiste la que me llevó por el mal camino —sonrió y ella golpeo su estomago suavemente.
—Mal camino —murmuró y luego volteo sus ojos—quien dijo que quiera un caballero, y si tanto te molesta no lo vuelvo a hacer.
Él gruñó y la besó.
—Ya no puedes dar marcha atrás, vas a tener que soportar que te folle las veces que quiera y donde quiera—. Rió al verla sonrojarse.
—Grosero —le oyó murmurar y rió con más ganas.
Anais sonrió un poco depositó un beso en su mentón, Gabriel se movió para besar sus labios, ahora con ternura.
—Pero también me gusta cuando eres dulce y amable—. Él volvió a besarla.
—A mi igual —murmuró —eres una cosita que me gusta acariciar.
Ella suspiró y lo abrazó del cuello, Gabriel la acomodó sobre él.
—Descansa —le dijo—, luego lo haremos más despacio.
Anais asintió y cerró los ojos. Él suspiró.

, pensó él, podía hacer esto, algunas veces. Tomarla de esa manera sin preocuparse todo el tiempo. Y ya que Jeremy le había enseñado algunas cosas él le ensañaría otras tantas, como correrse apenas él se lo permitiera, aunque al parecer eso sería lo más fácil de aprender.

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